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Hasta hace poco nadie hablaba de la España vaciada, a pesar de que los recortes en el padrón eran evidentes en regiones como la nuestra. Antes incluso de que lo comprobara trabajando durante cuatro años en la Diputación, se notaba la sangría hacia las capitales, ... sin que a ninguna autoridad pareciera quitarle el sueño semejante degollina censal.
Hoy, cuarenta años después de aquella aventura laboral, el éxodo continúa diezmando centenares de poblaciones. Durante la pandemia pensé que el confinamiento y las nuevas tecnologías que permiten hacer determinados trabajos sin salir de casa ayudarían a detener la huida, pero la nación que se despuebla sigue su marcha triunfal hasta que queden cuatro y el cabo.
Si las razones que vacían los pueblos fueran dos o tres, el problema podría resolverse; lo malo es que cuando sobra la escuela por falta de niños, el médico viene de tarde en tarde, trinca el bar, no hay cobertura de móvil y el coche de línea o no llega o no para, la supervivencia del núcleo está en riesgo alto. Soy pesimista con el futuro de muchos pueblos, pero las soluciones son escasas porque al perro flaco todo se le vuelven pulgas…
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