Leo en El Norte que un empresario ha adquirido el edificio que hace esquina entre la Plaza del Ochavo y la calle de la Platería para dedicarlo íntegramente al alquiler de apartamentos turísticos. En principio hay poco más que rascar en esa noticia: un ... empresario de Segovia, una inversión millonaria, un montón de leyes por cumplir y una bodega para uso particular –entiendo que la antigua Taberna San Pedro– que ya imagino como un Shangri-La con bodega para guardar vino, 'txoko' para cocinar con los amigos y salón para ver el fútbol, que solo de pensarlo se me caen las lágrimas.
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La sorpresa llega cuando leo los comentarios de la noticia en la edición digital, donde me encuentro con una opinión casi unánime de lectores que se muestran en contra de dicha operación. Los motivos que esgrimen son variopintos. Algunos vinculan la existencia de pisos turísticos a un submundo de borrachos, peleas y prostitución que, a medio plazo, convertirá el centro en un entorno «podrido». Otros se oponen a los apartamentos turísticos por la supuesta pérdida de personalidad del centro histórico, algo parecido –dicen– a lo que sucede con «las franquicias». Otros se quejan de que el centro se esté convirtiendo en un parque temático dedicado al turismo y la hostelería, lo cual expulsa a las familias, que «ya no pueden vivir» en él y se ven obligados a irse para huir de la masificación. Los últimos directamente no quieren que «unos pocos» se beneficien del centro –empresarialmente, se entiende– sin que a 'la gente' le revierta en nada. Para finalizar, en esta misma línea hay quien se queja de la 'avaricia', que va a acabar con la ciudad.
Bien, soy consciente de que los comentarios de las noticias no son representativas, que existen usuarios al servicio de partidos políticos –a algunos más que a otros– cuyo fin no es otro que generar un estado de opinión favorable a su partido. Y que últimamente los comentarios a cualquier noticia parecen un combate entre hinchadas rivales de equipos de fútbol griegos cuando se encuentran en la calle. Espero que algún día todo esto se regule y nadie pueda comentar sin dar previamente su nombre y DNI, es decir, el mismo procedimiento que seguimos en las cartas al director. Pero, lamentablemente, no depende de mí. Y, en cualquier caso, es lo de menos.
Lo verdaderamente impactante es la visión de las cosas que se desprende de los comentarios. En primer lugar, acerca de la ciudad. Yo no sé en qué ciudad vive la gente, yo no sé si esto se ha convertido en Barcelona, en Sevilla o en París y no me he enterado. Pero afirmar que en Valladolid tenemos un problema con el turismo, que en la ciudad existe un principio de masificación o que el centro es un parque temático es sencillamente falso. Valladolid nunca ha sido una ciudad turística, aunque, desde hace varios años se esté logrando atraer visitantes interesados en la historia, en la gastronomía, en el vino o en los grandes eventos deportivos, culturales y sociales que aquí tienen lugar –Seminci, Semana Santa, Pingüinos, etc–. Es una maravilla que esto suceda. Y no solo por la autoestima que a la ciudad le insufla el hecho de saber que interesamos, que se nos valora y que la gente de fuera se asoma a nuestras calles. Sino, sobre todo, por la importancia económica de lo anterior. Cuando la gente viene a comer lechazo y a beber vino, no gana solo el restaurante: gana también el ganadero que cría el lechazo, el del pienso de las ovejas, el agricultor que cultiva las viñas, el que siembra el trigo, el de la lechuga, el que lo transporta y distribuye y, por supuesto, el carnicero, el camarero, el cocinero y todas sus familias. Y la Seguridad Social de todos ellos, el IRPF y el impuesto de sociedades que después va a Sanidad, Educación y pensiones. Es decir, ganamos todos. El tipo de turismo que atraemos en Valladolid es un factor de riqueza para toda la sociedad. Y me parece terrible tener que recordar que los empresarios no son esos señores malos que llevan chistera, fuman puros, queman billetes y pellizcan el culo a las secretarias. La comedura de tarro de parte de la sociedad es de tal calibre que a veces pienso que muchos merecerían vivir en ese mundo sin empresarios y pobre como las ratas al que aspiran.
Si existe un problema real en Valladolid es el contrario: la infinidad de locales vacíos, de edificios sin uso, de bares y comercios cerrados, de iniciativa privada, de inversiones y de imaginación. Eso es lo que hará, en todo caso, inhabitable el centro. Una calle sin comercios y sin hostelería es una calle sin gente, sin luz, una calle vacía y triste que desaparece del imaginario colectivo, por la que no se circula y en la que comienzan los guetos, los robos y las agresiones. Es necesario un plan urgente para dar uso a todos los locales vacíos. Y a los edificios. Pero podríamos comenzar por no poner objeciones a los que se juegan su dinero para cuidar el patrimonio, dar vida al centro, y atraer dinero y turistas a la ciudad. No sé si esto es un geriátrico a cielo abierto, pero, desde luego, una ciudad de funcionarios y de pensionistas es insostenible si no hay gente que cotice para pagar esos sueldos. Es decir, empresas privadas.
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Hay espacio para todos, para los hoteles y para los apartamentos turísticos. Se dirigen a segmentos diferentes y son compatibles. Pero, en todo caso, si existe un público claro para los apartamentos es el de los viajes de larga duración de profesionales, el de las familias con hijos pequeños o el de la gente que viaja con perros, es decir, perfiles opuestos a la conflictividad que se describe. Si yo me voy con mi hija y con su prima a conocer Edimburgo, desde luego prefiero ir a un piso con dos habitaciones que llevarlas a un hotel y rezar para que no la líen en la otra habitación o se escapen. No sé si me explico. Pero vamos, unir todo esto con borrachos, delincuentes, gente que se pelea o prostitución me parece que denota un gran desconocimiento y esa típica actitud aldeana del que desconfía de todo tipo de cambio o de novedad. No digamos ya la crítica a las franquicias. Podemos empezar por quemar Zara.
Pero aún peor es la gente que no quiere que otros ganen dinero porque el Centro es de todos. O los que llaman avariciosos a los que aportan al estado en lugar de llamárselo a los que le esquilman. Pues nada, mejor que la ciudad se muera, que se caiga, que desaparezca y así podemos vivir en La Habana y sacar pecho de la pobreza, que es un trastorno del desarrollo intelectual como cualquier otro. Y cada vez con más adeptos.
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Yo me limito a dar las gracias al empresario segoviano y al resto de empresarios que inviertan en nuestra ciudad, en su patrimonio y en su actividad económica. A todos les deseo suerte, les recibo con los brazos abiertos y solo deseo que vengan muchos más. Algún día algunos entenderán que sin capitalismo no hay estado social. Y otros que sin estado social no hay capitalismo. Mientras tanto, póngase cómodos. Y polarícense a su gusto.
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