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Julián Marías, izquierda, con Miguel Delibes en una edición de la Feria del Libro de Valladolid de finales de los años setenta. El Norte
Decretos de Vieja Planta
Óxidos y Vallisoletanías

Decretos de Vieja Planta

«Todo ecologismo no compatible con la mejora material de las condiciones de vida de la gente debe tener el más absoluto rechazo»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 7 de marzo 2025, 06:43

En el número ocho de la calle Colmenares nació Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset y una de las mentes más preclaras de la filosofía española contemporánea. Por si les puede la curiosidad, les ahorro el viaje: el edificio es el de Campus, discoteca de grato recuerdo para varias generaciones de pucelanos entre los que me hallo. Marías recuerda que aquella casa tenía un gran patio que, entiendo, debe corresponder con el espacio de lo que después sería la pista de baile, esa en la que bailábamos 'lentos', pongamos que 'It Must Have Been Love'. Entre otras muchas cosas, Marías llegó a ser premio Príncipe de Asturias, que no parece poca cosa. Por supuesto, y para no faltar a la tradición local, en Valladolid no consideramos que este señor sea lo suficientemente importante como para homenajearlo con una humildísima placa en el lugar en el que vino al mundo, no vaya a ser que alguien se entere. Yo prometo que un día voy a salir de noche, con el rostro oculto bajo una capucha negra, como los grafiteros, y al día siguiente la ciudad va a amanecer con placas hasta en el lugar en el que Rosa Chacel –cuya residencia en Núñez de Arce también nos da exactamente igual– tomó su primer café con leche.

Pero ese es otro tema. Marías tenía padre aragonés y madre andaluza. ¿Por qué nació aquí? Pues porque su padre era empleado de la Banca Jover, una banca catalana creada en el XVIII con oficinas en Barcelona y Valladolid y cuyo objeto era financiar el comercio entre Cataluña y Castilla –sobre todo textil y cereales– que nació como resultado de los Decretos de Nueva Planta y de la supresión de las aduanas interiores. Aquí vivieron los padres de Marías durante veinticinco años. Vamos, que su nacimiento no fue algo casual y solo la absorción de dicha compañía por otro banco mayor les hizo abandonar Valladolid con destino Madrid. No cuento esto por el tema de la placa, que es un asunto más complejo que el propio soterramiento, sino por los aranceles. Hasta entonces, para comerciar entre los diferentes territorios había que pagar derechos de tránsito, lo cual encarecía todo. Los antiguos reinos tenían regulaciones proteccionistas para favorecer su producción local. Por ejemplo, Castilla imponía restricciones a los productos textiles catalanes para proteger su propia industria. Todo esto se acabó con Felipe V, que eliminó los privilegios de la Corona de Aragón, suprimiendo las aduanas interiores y trasladando los controles aduaneros a las fronteras exteriores. La modernidad ilustrada frente a las leyes medievales, vaya.

Hoy, Puigdemont trabaja para recomponer esas fronteras medievales a través de la independencia de Cataluña. Y no solo para asuntos mercantiles sino, sobre todo, para asuntos 'fieramente humanos', que diría Blas de Otero. Sánchez, que ha sido capaz de poner junto al logo del PSOE planteamientos xenófobos, ultraderechistas y repugnantes, le ayuda dándole recursos para mil ochocientos 'Mossos' extra, es decir, para mil ochocientos hombres armados más al servicio de una Generalitat que, antes o después, volverá a usarlos para dar un golpe de estado y controlar esas fronteras. Si Vox y Ayuso hubieran hecho la mitad de esto en Madrid, hoy España estaría en la calle y los textos que leeríamos serían incendiarios, empezando por este mismo. En su lugar, lo ha hecho el PSOE y, por lo tanto, sus palmeros callan mansamente haciendo de su discurso contra la ultraderecha algo risible para el que no están legitimados nunca más. El PSOE, en su decadencia crepuscular, ha firmado quizá su hoja más patética –y mira que van unas cuántas– y ya no solo no es dique contra la ultraderecha sino, quizá, su apoyo más firme.

Pero, por supuesto, ante esto tenemos a Vox echando una mano al sanchismo. Trump anuncia aranceles a nuestros coches, a nuestro vino y a nuestros alimentos y a Vox le parece bien. Por no hablar de sus ataques al castellano. Del PSOE ya sabíamos que no se puede esperar nada en defensa del idioma, pero es que ahora vemos que de Vox tampoco. Estamos en un sándwich terrible, un emparedado iliberal, con el sanchismo por encima y Vox por debajo; o viceversa, el orden de los factores no altera el producto porque lo importante es que, en el medio, estamos nosotros, –la gente normal, no fanatizada, demócrata–, avergonzados.

Y el campo, claro. Yo comprendo que el pacto verde es un error porque no está anclado en la defensa del planeta sino en la aberración del decrecentismo, esa manía por empobrecernos y por decrecer económicamente que no solo no tiene ningún impacto real en el clima, sino que, por el camino, va a acabar con el capitalismo que hace posible el estado del bienestar. Y con Europa como motor económico. Todo ecologismo que no sea compatible con la mejora material de las condiciones de vida de la gente debe tener el más absoluto rechazo de toda la sociedad. Especialmente de los más humildes, a los que se condena a la pobreza en nombre de una religión fanática como el pacto verde. Pero el campo debe comprender que si Vox no solo frena la mano de obra inmigrante, que es la que se emplea fundamentalmente en la agricultura y la ganadería –pregunten a sus sobrinos si quieren vendimiar, sacar patatas o cuidar ovejas– sino que, además, justifica aranceles que imposibilitan la exportación a nuestro principal mercado, vamos a la ruina. Y no es una manera de hablar. Más allá de la nostalgia, lean 'Las ratas' y piensen si, a pesar de todo, el campo español ha mejorado o empeorado desde entonces.

La Junta de Castilla y León tiene la competencia del «fomento del desarrollo económico en los diferentes mercados y del comercio exterior y la planificación de la actividad económica de la Comunidad». Hacer algo no es una posibilidad: es su obligación. Me temo que podríamos encontrarnos con que, al final, los aranceles no sean del 25% sino del 15%, por poner un ejemplo, y que Trump nos intente vender que la rebaja ha sido gracias a Vox. Y habrá quien caiga en la trampa y les felicite por esa rebaja del 10% en lugar de afearles su apoyo al 15% real. Ante esto, solo cabe que la Junta –coordinada o no con el resto de comunidades del PP– comiencen una intermediación a primer nivel, se crean de una vez su papel central en la configuración del Estado y se sienten con quien corresponda para intentar revertir esto. O lo harán otros, sin competencias ni capacidad para hablar en nombre de nadie. La abulia tiene un límite y puede que hayamos llegado a él. El arancel nos dio un día a Marías, sí. Pero si nadie hace nada, es posible que nos quite el resto.

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