Es dulce el pan de la política, embriaga como el más preciado elixir. ¿Cuál es la droga del poder, la que hace que tantos no quieran irse; que, por mantenerse en él, entregan hasta la dignidad?

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Francisco Igea tiene el sustento asegurado. Es médico, especialista ... en aparato digestivo. Pero el embrujo de la política caló en él y, desde hace ya casi una década, anda peleando con uñas y dientes para asegurarse su ración diaria de soma, aquello que en el mundo feliz de Huxley ('1984') curaba las penas y que otros obtienen en los escaños. Empezó en UPyD, de donde se fue tras perder unas primarias. En Cuidadanos tampoco lo tuvo fácil: acuérdense del pucherazo de Silvia Clemente, de la trampa de Rivera, ese gran estadista. Tras diversos vaivenes, llegó a vicepresidente con Mañueco. Qué dulce este licor...! Pero hete aquí que Ciudadanos se muere, desaparece, y nuestro vicepresidente teme ser expulsado del paraíso, de esa política que le emborracha como a Perséfone esas caricias de Hades que la obligan a volver cada invierno a sus brazos. ¿Y qué hace? Glorificar a Ayuso. Madrid ha gritado libertad, escribe Igea en un artículo. Ver para creer.

No hay políticas más opuestas en la pandemia que las de Madrid y Valladolid, creo que para bien nuestro. Decoro, señor vicepresidente, que no necesita la política para vivir. Si Madrid ha gritado libertad, usted y su gobierno parecen esclavistas, dirán los hosteleros. No pasa nada por buscar un huequecito en el PP, por seguir la senda de Toni Cantó. Pero hay que, si se puede, mantener el decoro.

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