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Óscar Blanco
Declaración de guerra

Declaración de guerra

El óxido del verano ·

«Hay que declinar amablemente cualquier invitación a fiestas, cenas, barbacoas, inauguraciones, aniversarios... La mejor forma de saber estar es, casi siempre, no estar»

José F. Peláez

Valladolid

Domingo, 25 de agosto 2019, 08:54

La única manera de soportar el verano es tener siempre en la nevera dos botellas de Barons de Rothschild esperando una partenaire que lo merezca. Esa es la primera conclusión. La segunda es que por mucho que reces -he hecho las caminatas a San Nicolás- no se puede uno provocar una narcolepsia de mes y medio ni tampoco acelerar el movimiento de rotación del planeta para saltar lo que queda de estación, como una especie de 'fast forward' cósmico que nos lleve a mediados de octubre. No queda otra que respirar profundamente y aguantar lo que queda de estío. Para ello me permito deslizar algunas recomendaciones a modo de manifiesto.

Verbigracia: hay que declinar amablemente cualquier invitación a fiestas, cenas, barbacoas, inauguraciones, aniversarios, cumpleaños, noches temáticas, motines y festines. La mejor forma de saber estar es, casi siempre, no estar. En caso contrario, corremos el riesgo de devaluarnos dando a entender que disfrutamos de la extravagancia de la vida a cuarenta grados. Y no solo eso, corremos también el riesgo de vernos envueltos en alguna fiesta cutre-ibicenca, de cantar la canción del verano, de perseguir perseidas o incluso de acabar en algún pueblo en fiestas, abriendo el encierro como Florito en un after. No.

Solo si es estrictamente necesario ir a la playa, lo harás, pero en camisa, para mostrar tu desacuerdo con todo, como una protesta interior, como un grito silente e íntimo. Y cuando te vayas, hacerlo 'sans adieu', como los grandes. Es muy importante que nadie sepa dónde estás, todo debe ser silencioso, una no presencia radical, una enmienda a la totalidad, porque en el fondo lo que me gusta, y quiero dejarlo claro ya, no es el verano ni las vacaciones de 'influencer'. A mi lo que me gusta son los bares de viejos, el vino de la casa, las latas de sardinas, la sopa de cocido, el orujo gallego, meterme en la cama a las diez y estar roncando no más tarde de las once.

«Solo si es estrictamente necesario ir a la playa, lo harás, pero en camisa, para mostrar tu desacuerdo con todo, como una protesta interior, como un grito silente e íntimo»

Porque lo que me gusta no es el pareo sino la boina, el mus, la nochebuena en familia y la conga de Jalisco. Porque ante las exhibiciones de Instagram, yo prefiero el exquisito gusto del que se emborracha a lo tonto, del que viaja sin hacer fotos y del que calla, luego otorga. Porque lo que me gusta no son los amores de verano sino las bodas de oro, las cartas manuscritas, los amigos de la infancia, el Pucela de Cantatore, la quinta del Buitre, el museo del Prado, el Escorial, las lentejas, los paseos por el campo, la niebla congelada, la vuelta al cole, el synth-pop de los ochenta y Mónica Bellucci.

Porque, puestos a elegir, prefiero un refrán a un hashtag, porque no quiero planes de futuro sino baúles de los recuerdos; porque no puedo con esa horterada de guardar tiempo para una misma. Porque quiero dejar colarse a las ancianas en el súper. Porque no quiero reggeaton sino rock and roll, no quiero sushi y mojito en una terraza sino carne y whisky en el edificio de la ONU. Y también quiero antibióticos y vacunas. Porque no quiero resorts con pulseritas sino cocinas con radios encendidas y porque no quiero 'influencers' sino opositoras, pelis del oeste, rebaños de ovejas, curas de pueblo y toreros de salón. Bien mirado, vivir así es toda una declaración de guerra.

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