Aunque creamos vivir en un mundo que es el resultado de transformaciones radicales y revolucionarias, hay cosas que apenas cambian. En 1946, alguien invitó a Raymond Chandler a escribir un texto sobre la ceremonia de entrega de los Oscar de Hollywood. Le salió una pieza ... demoledora contra el séptimo arte en general y contra el alarde anual de autocomplacencia de la industria cinematográfica estadounidense en particular, que describió como «un caso crónico de emoción espuria a propósito de nada en absoluto». Demasiado vestidos, demasiado ruidosos y demasiado fanfarrones, para los logros más bien modestos, en términos artísticos, que según él se desprendían de la cosecha anual. Y eso que eran los llamados años dorados de Hollywood. Lo que hoy nos despachan lo vuelve todo aún más excesivo.
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El texto al que aludo está incluido en una maravilla que hasta donde sé no está traducida al español, 'The Raymond Chandler Papers', 1909-1959, donde se recoge una selección de cartas y textos de no ficción del gran maestro de la novela negra norteamericana y mundial, editados por Tom Hiney y Frank MacShane. Es, quizá, la mejor manera de acercarse al hombre que estuvo detrás de monumentos literarios como 'El largo adiós', desde su juventud en Inglaterra hasta las vísperas de su muerte. También sirve para constatar la finura y la perdurabilidad de sus análisis en múltiples cuestiones. Lo del cine es sólo uno de muchos ejemplos. Otro botón de muestra es su visión acerca del peligro que entrañan las corporaciones descomunales: «Más allá de un cierto nivel de tamaño y poder, son más tiránicas que el Estado, más inescrupulosas, menos asequibles a cualquier clase de control». Lo que se va sabiendo de los desmanes de alguna de las más nuevas convierte su aviso en un augurio escalofriante.
Pero quizá lo que más remueve al lector de hoy sean sus consideraciones acerca de aquellos que se dejan arrastrar por el partidismo para justificar ideologías con historial acreditado de atropellos a la dignidad humana. En una carta del año 1949 a James Sandoe pone dos ejemplos: el comunismo de Stalin y el nacionalcatolicismo de Franco. Cómo puede un hombre decente, se pregunta Chandler, convivir con las fechorías de uno o de otro, «salvo que en su marco mental simplemente no encaje creer en nada que no le complazca». En fin, Ray, menos mal que te ahorraste conocer a Putin y a sus blanqueadores. Curiosamente, o no, las sombras de Stalin y de Franco se atisban tras ellos.
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