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Debo tener derecho a no emocionarme con una bandera ni con un desfile militar o a cuadrarme ante un arriado solemne. Debo tener derecho a que la monarquía me parezca anacrónica y a considerar que nadie puede ser inviolable por la ley o infalible por ... gracia divina, o al contrario, a colgar en el salón una foto con su majestad o con el Papa o con quien quiera que sea mi ídolo espiritual. Debo tener derecho a cantar saetas o guardar silencio reverencial o emocionarme ante una procesión de Semana Santa del mismo modo que debo tener derecho a no ver un cofrade mientras aprovecho las vacaciones para ir a la playa.
Debo tener derecho a ser del Madrid o del Barcelona o del Atleti o fanático de la Real Sociedad porque me crié con las ligas de López Ufarte aunque no haya pisado San Sebastián en la vida y haya nacido en Toledo. Incluso debo tener derecho a disculpar a quienes, por ignorancia balompédica, no sean del Real Valladolid. Debo tener derecho a que no me gusten los perros, ni los gatos, ni los peces de colores con su glúglú tontorrón y soso, o a cobijar en casa un arca de Noé a escala. Debo tener derecho a pensar lo que quiera y a expresarlo, con el único límite que imponen la buena educación y el civismo o el cuidado de no hacer daño a los demás, y por lo mismo debo tener derecho a pedir que los demás actúen con el mismo respeto hacia mis ideas. Debo tener derecho a ser gay o heterosexual o bisexual o cualquier otra cosa sexual y que eso no signifique disfrutar menos derechos que nadie.
Debo tener derecho a elegir cómo morir después de haber tenido derecho a elegir cómo vivir.
Y tú debes tener el mismo derecho que yo.
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