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La ultima vez que actuamos juntos (así bromeábamos ante los programas de Carlos Herrera cara al público) fue el pasado mes de noviembre en las bodegas Emilio Moro de Peñafiel. Habíamos cenado allí la noche anterior y recuerdo que David disfrutó de la excelencia absoluta ... de unas chuletillas cocinadas a la brasa con primor. Y, cómo no, también del vino, porque le entusiasmaba el Ribera de Duero. Tras pasar la noche en el Convento Las Claras, salimos con el alba a analizar la actualidad como habíamos hecho tantas veces en tantas ciudades, una forma de vivir la radio con los oyentes que suponía también escapadas a modo de recreo de las obligaciones del día a día.
Gistau era padre de cuatro hijos y descubrió su vulnerabilidad cuando le pusieron a su primogénito en brazos. El reportero curtido en mil batallas se descubría mortal y frágil ante la asunción de la paternidad como una responsabilidad que dura toda la vida. En el caso de David, su obsesión era alcanzar la edad suficiente para no fallarle a sus hijos y que no fueran el día de mañana unos adolescentes airados por la ausencia de padre, algo que le sucedió a él mismo tras la muerte del suyo cuando este aún era demasiado joven.
Escribió en 'La Razón', 'ABC' y 'El Mundo'. Supo revolucionar el columnismo literario pegado a la actualidad, partiendo de Francisco Umbral hasta alcanzar la madurez estilística a base de lecturas, practica y una pasión desbordante por el oficio, un arrebato que compartía con el fútbol del Real Madrid, el boxeo y, sobre todo, su familia –Romina y sus cuatro niños–, de la que se declaraba «macho proveedor». Junto a ello, le definía un sentido del humor tan desbordante como cáustico en ocasiones, una cultura enciclopédica que nunca exhibió como arma defensiva y una independencia rabiosa que le llevo a conjurar los límites de la corrección política y a decir siempre lo que pensaba, sin reparar en las posibles consecuencias, que las hubo cuando desde el poder pidieron su cabeza profesional a los propietarios de los medios en los que desarrolló su labor.
Aparte de la prensa escrita, David Gistau colaboró en la COPE y, antes, en Onda Cero. Con Carlos Herrera y Carlos Alsina dejó la impronta de su talento indiscutible y de una claridad de pensamiento envidiable, porque iba al estudio de radio o al plató de televisión 'a porta gayol, como los toreros valientes, sin un papel ni una sola nota. Su capacidad de elaboración mental sobre la marcha era algo que me dejaba sorprendido las muchas veces que compartí micrófonos y cámaras con él.
A Peñafiel le traje también hace menos de un año, invitados ambos por nuestros amigos de Bodegas Protos. Allí disfrutamos de un día inolvidable conociendo las instalaciones, hablando con los enólogos y con el honor de colocar su libro 'Golpes bajos' y el mío, 'La felicidad de las pequeñas cosas', en el Reino de las Letras, que la bodega reserva a los autores en un maridaje literario con el vino ciertamente admirable. De nuevo el Ribera y un lechazo memorable le hicieron decir: «¡Qué bien se come y se bebe en tu tierra!». Tanto le gustó que prometió volver a Peñafiel con nuestro común amigo José Luis Garci para que dejara allí su libro 'Beber de cine'. Ya no será posible ese viaje, querido David, pero nunca olvidaré las risas compartidas y la felicidad vivida en Peñafiel, el lugar que tanto te gustaba.
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