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Fueron los socialistas los que potenciaron en los años noventa a la «beautiful people», entre ellos a banqueros como Alfonso Escámez, que abrió sucursales del Banco Central en toda Europa y se paseaban por ahí con la cabeza muy alta, entre opas hostiles, billones de ... billetes grandes y rubias termonucleares. Es lo que el cuché alimentó como los ricos románticos, creándoles una sentimentalidad para que se leyesen sus hazañas épicas en el Hola y el Semana, de cuando Jaime Peñafiel quería a don Juan Carlos. Y como el personal anda muy cabreado con el concierto del desconcierto catalán, un pacto fiscal que exige elevar un 30% el tramo estatal de IRPF en el resto de España, los monclovitas se han inventado un culpable, un cabeza de turco, pero con cuatro ruedas: el Lamborghini, que para el presidente es el coche de los ricos. Cortina de humo y adiós al romance socialista con el pudiente, que tantos ríos de tinta y de cotilleo ha dado.
Con el obsceno sapo de la ruptura del modelo de financiación que nos estamos tragando todos, los fontaneros del Ejecutivo se afanan en que en la pelu del suburbio ya no ven con buenos ojos a los ricachos del colorín: los amos de los negocios ya no están bien vistos, ni sus deportes, bodorrios, lujos y vicios, amoríos despampanantes y marquesonas, viajes mediterráneos del export/import, etc. España es el país de la Unión Europea que más ha subido los impuestos en los últimos años y que padece una mayor pérdida de poder adquisitivo entre la ciudadanía, que ha pasado a la categoría de trabajador pobre. La política fiscal abrasiva de Sánchez y su ricofobia ha calado muy profundo entre los humildes, y ya los españoles pudientes que dice el Gobierno por miles, no se atreven a sacar a pasear su cochazo, no vaya a ser que los apedreen. Cualquier día Mbappé irá en metro al Santiago Bernabéu. Por aquello de que no ofender al personal, más que nada.
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