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El huracán de Pensilvania llegó a Madrid con su nariz respingona, su barbilla enérgica, sus ancas rectas de estoque de acero, su sedosa melena dorada al viento sexual del populacho, sus manos largas y luminosas hechas para sostener un micrófono o la economía de ... un país, cantó con los boys del bailongo y el paipái, y triunfó en el Bernabéu más allá del gol de Messi: «swiftonomics» llaman al milagro los analistas financieros. Esta cultura económica de nuevo cuño, saltarina y musculada, que hoy consumimos merece todo el respeto, a diferencia de todos los economistas gubernamentales y otros.
En Estados Unidos, la reina Midas del tour aportó ella solita 5.000 millones de dólares, es decir, el 0,37% del PIB, dejando al viejo Biden con la boca abierta –más de lo habitual se entiende–, porque el personal se lo gasta todo en entradas para ver a esta chiquilla aunque tenga el frigorífico vacío. Taylor Swift supera a Cuerpo, el ministro del ramo del que nadie habla, y va a dejar tras su paso a Garamendi y al IBEX 35 en primero de columpios. La joven, que empezó country y anda de multimillonaria –1.100 millones de $ en el monedero–, ha contado y cantado sus claves: 'fearless', 'speak now', 'red', 'reputation', 'lover', una tortured poet y, por supuesto, las mil y una midnights, arcanos monetarios que no saben explicar ni todos los 'genios' y gurús de Castellana 162, sede ministerial de nuestras finanzas, duelos y quebrantos, donde aún buscan el milagro económico español más allá del turismo y ejercen malamente su despotismo de expertos con nuestros impuestos. Porque por mayo era por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan, llega la SWIFT, que creíamos código bancario para las transferencias, y era la respuesta rubia a todas nuestras plegarias del capital. Que lo pop no quita lo bursátil.
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