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Se estrena José Luis Cienfuegos como director de la Seminci tras un camino ejemplar al frente de los festivales de Gijón y de Cine Europeo de Sevilla. Sabe Cienfuegos que una de las tradiciones imantadas de Valladolid es la sala de cine y la ... butaca de terciopelo, heredada del anfiteatro de antaño, y que él ha llegado, reivindicativo, para devolver a su lugar el patrimonio cinematográfico, el espacio del cine y todo lo que le rodea. Es el gran consuelo el séptimo arte, como el carrusel de estrellas que nos alivia de toda la gravedad de la vida, de Bogart a Gonzalo Suárez.
Recordábamos la semana pasada en 'Secuencias en 2' de TVE con Moisés Rodríguez aquellos benditos cines, hoy en vías de extinción, recordando Splendor de Ettore Scola, Cinema Paradiso de Tornatore y otras, esos templos artísticos que deben ser hoy espacios protegidos, como dice Cienfuegos con ese apellido suyo tan evocador, a lo Vázquez Figueroa, entre Errol Flynn, Rudyard Kipling y Emilio Salgari. La perspectiva ideal que ofrece el cine, la localidad mágica del espectador, es todavía pasaporte de lujo con el que franquea uno la entrada a una dimensión que nos atrae irremisiblemente como el recuerdo de la belleza lánguida de Veronica Lake, el guiño de Marilyn Monroe, la inocente carnalidad de Julie Andrews o el descaro sensual de Sharon Stone, allí donde película y público se completan.
Pero el cine también es recuerdo del vivir, del estar viviendo en Valladolid, hecho pasarela de celuloide en el Calderón, oropel de alfombra roja y piernas largas, rebuscando en librerías de viejo vestigios de Charlot o los hermanos Marx o encontrando, como una epifanía, antiguos programas de mano que por una perra chica te daban en Cantarranas y después en la Fuente Dorada. Mantenerse así, durante toda la vida, soñando con el cine, asomándose a la pantalla infinita, es un delirio febril del que algunos no queremos curarnos jamás.
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