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A los españoles se debió el lujo de la convivencia en la discrepancia, dando tratamiento de respeto a quien opinase otra cosa. Todos estos políticos transicionales y muchos otros, después se fueron multiplicando en tanta suma y peculio que hubo que inventarles un oficio, aliviado ... por el vermú en los aledaños del Hemiciclo y los hoteles con las querindongas y los mancebitos de medrar. De aquella 'buena' crianza vinieron tiempos peores, el mundo pícaro de los partidos, la mafia organizada y la clase extractiva del bipartidismo, en que sus señorías se mezclaban con el gran mundo de las pelanduscas y los corruptos.Frente a esta doctorancia de la sisa, surgió un movimiento purificador, el 15-M, el de los indignados, que patrimonializó después un grupo de jovenzanos profesores de la Complutense para tomar el Congreso por las urnas y cambiar las cosas hasta donde les dejaron –o quisieron–, de forma que en esa espesa cazuela de gambas y mariscos sobresalían parejas, guillotinas y liderazgos totalitarios que acabaron por periclitar, cuando imitando a los que trataban de derrocar les besaban la mano y se llevaban su buen salario –público– que, de otra manera, jamás hubiesen conocido. Entretenidos, indigentes mentales y obstinados del poder fueron medrando merced a la quiebra democrática del saqueo de las arcas públicas: así, el recién investido presidente Sánchez es como la hiedra, que donde toca se afirma. No se le podrá negar su avidez de hombre de política adentro ni su habilidad imbatible por navegar en el malecón supremo del mundo, aun a costa de la paz social. El espíritu de las leyes de Montesquieu flota ahogado en el fondo de las alcantarillas de las covachuelas de Carrera de San Jerónimo. Corren tiempos de no meterse en política, pero por lontananza asoma la República Federal de España.
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