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La cesta de la compra, tragedia cotidiana
El Espigón de Recoletos

La cesta de la compra, tragedia cotidiana

Vivimos no ya con la sospecha, sino con la certidumbre de que, para el político, su negocio consiste en meternos la mano en el bolsillo

David Felipe Arranz

Valladolid

Viernes, 4 de octubre 2024, 07:03

El pan, la leche, los huevos, el aceite de oliva, la fruta y la verdura vuelven al IVA porque –dicen– ya no nos afecta la guerra inflacionaria de Ucrania y Oriente Próximo. Una de las grandes aspiraciones del españolito es poder hacer la compra sin vivir un sobresalto ... ; en la ciudadanía ya se observa, aunque con la discreción habitual, cómo se mira mucho el precio y le dan vueltas y revueltas al producto, lo cogen y lo dejan. Vivir en pobre es muy difícil y más con el auxilio de las repentinas alzas de precio del Gobierno, tan incrementado e impositivo prepotentemente. Un vecino acude al súper a por su litro de aceite de oliva extra, su cartonaje de leche semidesnatada y con calcio, su arroz, su pasta y su docena de huevos –que tanto se los toca el Ejecutivo– y vuelve pobre a casa. Hacienda registró recaudaciones récord por este impuesto el año pasado (un 13,4% más) y vivir en esta fiebre recaudatoria no es vivir, con toda esa propaganda barata del «aumento neto del consumo» que tan cara nos cuesta. ¿Cómo pueden ser objeto de nostalgia unas vulgares lentejas o un plato de alubias? Pues lo son, y no solamente de la depauperada clase media, sino de gente fina que nos visita y que se tropieza por aquí con la franquicia de la comida rápida y la digestión lenta, hecha de sobras y mondongo, porque ya no hay tabernas en la Plaza Mayor donde se meditaba bien el sabor de la cocina castiza, castellanísima o de mercado, que le llaman ahora a la 'haute cuisine'. Incluso ni aquellos despachos de pan y leche han sobrevivido, donde por una perra gorda te llevabas hasta unos pasteles del obrador y te dabas la gran fiesta de la crema y el hojaldre. Vivimos no ya con la sospecha, sino con la certidumbre de que, para el político, su negocio consiste en meternos la mano en el bolsillo. Puro latrocinio, evidentemente.

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