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Castillo de Fuensaldaña, en Valladolid. Rodrigo Jiménez
Opinión

Castillos y vestigios: una historia sentimental

El espigón de Recoletos ·

Hay que tener siempre mucho cuidado con los políticos escalatorres, capaces de retreparse en un santiamén a la torre del homenaje y darse un ídem presupuestario

David Felipe Arranz

Valladolid

Viernes, 1 de noviembre 2024, 08:02

Dice Carlos Manuel Martín Jiménez en su espléndido ensayo recién publicado 'Castillos de Valladolid' (Aruz Ediciones) que los castillos son arquitectura viva y que tiene tanta importancia su vida interior como su aspecto exterior. Todavía tenemos el recuerdo del patio interior del castillo de Fuensaldaña ... cuando iba a ser parador de turismo, con sus tejadillos y columnas llenas de encanto, sus puertas castellanas y sus armaduras, y sus bajorrelieves redivivos, antes de la instalación de los escaños de sus señorías que, como Othar, el caballo de Atila, por donde pisan no vuelve a crecer la hierba. Hay que tener siempre mucho cuidado con los políticos escalatorres, capaces de retreparse en un santiamén a la torre del homenaje y darse un ídem presupuestario.Asegura Martín Jiménez que todos los castillos españoles gozan de protección desde el decreto de 22 de abril de 1949, que dictamina que quedan bajo la protección del Estado, «que impedirá toda intervención que altere su carácter o pueda provocar su derrumbamiento». Ciertamente, como señala su autor, a muchos no les ha dado tiempo a sobrevivir al arruinamiento definitivo, aunque estas fortalezas ejerzan una fascinación sobre todos nosotros, y como a «enfermos arquitectónicos crónicos», hay que cuidarlos. De la fortificación celta y romana emergió la fortaleza o bastión defensivo de la Reconquista, que después fue palacio renacentista donde ocurrieron muchas cosas extra e intramuros, para finalmente caer en muchos casos en el abandono ilustrado y decimonónico. Esta guía del egregio escritor y abogado palentino nos repone del susto digital y nos devuelve a la realidad histórica de una Castilla quieta y campante que habla por sus piedras, esperándonos en lo más recóndito del alma para revivirla con orgullo propio. Aunque, como casi todo en estos precipitados tiempos del clic, se nos vaya olvidando

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