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España entera está preocupada por el futuro profesional del presidente de la RFEF, Luis Rubiales –675.761,87 euros anuales, 3.000 euros al mes para vivienda–. Finalmente le ocurrirá como a Al Capone, a quien, tras una generosa carrera delictiva, procesaron por evasión de ... impuestos federales; a Rubiales será por un beso robado, forzado, violentado y no por el festival de escándalos que acumula, como el pelotazo de 24 millones de euros por el traslado de la Supercopa a Arabia Saudí o las orgías con dinero de la Federación en un chalet de Salobreña. El reglamento de dicha Federación dice que el fogoso entrenador ha incurrido en violencia sexual y el triunfo de nuestras futbolistas en Australia ha quedado, por desgracia, eclipsado.
La moral española, entregada al letargo el resto del año, emerge de súbito con la ardentía agosteña: se inflama con el debate televisual, toma partido con las reinas de las mañanas y flota inundando las sobremesas de playa, piscina y barbacoa. Los españoles hemos hecho un máster de jurisprudencia tailandesa, métodos de descuartizamiento y normativa federada del balompié, el deporte rey por aquí desde que el Caudillo se hizo del Real Madrid. A esta moral castiza que se preocupa según la orienten le debemos la ola de idiocia escandalizada que nos invade y de, por qué no decirlo, hipocresía generalizada. Machista ya era Rubiales desde que lo recordamos abriendo la boca y conduciéndose con esos modos y mañas tan de hace tantos años, pero nadie había dicho nada: por eso hoy no comprende la súbita indignación, la colectiva irritación y que hayan puesto precio a su costosa cabeza. Los cortes al cero nos tememos que Rubiales los va a tener que hacer próximamente a navaja a lo Yul Brynner y con mucho jabón Lagarto… incluyéndose de paso la boca.
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