Contamos con dos lenguajes distintos: uno funciona con palabras y otro con datos. Uno es narrativo, metafórico, literario. El otro es científico, positivista, matemático. En principio, parecen destinados a saberes distintos que, simplificando, podríamos reconocer como subjetivos u objetivos. Pese a sus divergencias, tienen en ... común que ambos son lenguajes invasivos que pretenden la universalidad y el dominio. Basta oír hablar a unos de inmersión lingüística y a otros de recabar las evidencias, para hacernos cargo de la hondura y enconamiento de las diferencias.

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En realidad, todos los lenguajes son invasivos. Toda lengua es un atributo de poder que se ejerce de forma más o menos fascistoide. No porque toda lengua lo sea por sí misma, que sería un modo de frivolizar y debilitar la lucha antifascista, sino porque todo lenguaje tiende al autoritarismo. Y en él concluye si se le deja libre y sin límites.

A la lengua hay que cortarle las alas. A eso lo llamamos literatura, al corsé estético que la sojuzga y domina. Si dejas la lengua a su aire acaba en imperialismo y doctrina. Tiende a la lengua única. Lo sabía Moisés cuando escribió el libro del Génesis. La torre de Babel, aparentemente destinada a protegerse de un nuevo diluvio, se convirtió en el sueño de llegar al cielo subido a su cúspide. No es de extrañar, por lo tanto, que para crear confusión en los obreros y reducir su ambición, Dios impusiera la pluralidad de lenguas para reducir el monopolio de la anterior. Con lo que no se contaba, ni siquiera por parte divina, era con que las nuevas lenguas agradecieran hablar la suya propia en exclusiva. Al precio de la soledad y la inopia, todas las lenguas tienen su Babel. Crean círculos concéntricos que se vuelven excluyentes si se las alienta o se las deja que impongan impunemente su voz.

La lengua del cálculo ejerce la invasión de una forma distinta. No necesita sentirse única pues se sabe universal. Todos entendemos que dos y dos son cuatro sin necesidad de traducir la operación a otro idioma. Pero hoy los usos del cálculo ya no se conforman con esta cualidad tan extensa y horizontal, ahora quieren conocer también nuestros gustos y preferencias. Observamos que la última invasión que se nos viene encima es la anomalía algorítmica, la lengua ecuménica de las cifras. A fuerza de recabar datos en proporciones y cantidades desconocidas, inimaginables para la razón natural, el sistema conoce nuestros gustos y deseos antes de que los sintamos y muy por delante de que los formulemos.

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El sistema nos sale al paso proponiéndonos unos objetos que son los mismos que nos van a acabar gustando, y alimentando unos deseos con los que saben de antemano que coincidiremos. Cuando salimos de compras ya conocen lo que vamos a buscar. Nuestra única libertad es meramente aparente y consiste en pagar.

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