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Un curso incierto
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«Sorprende caer en la cuenta de cómo ha cambiado nuestra cotidianidad desde el inicio de este malhadado 2020 hasta hoy»Iniciamos el curso laboral, educativo y personal más raro e incierto de nuestras vidas. La situación provocada por el virus resulta inquietante en su segunda oleada y la vuelta a las aulas, a los centros de trabajo y a las actividades habituales se ve ... forzosamente limitada por los efectos de este patógeno que ha condicionado nuestra existencia hasta extremos que nunca pudimos imaginar. Partiendo de la base de que la única certeza que poseemos es, precisamente, la incertidumbre ambiental, nos vemos obligados a improvisar sobre la marcha después de haber renunciado a hacer planes de futuro ante la dura realidad que nos indica que toda previsión, por sencilla que sea, está en el aire. Viajes de ocio y de trabajo quedan aparcados, al igual que celebraciones, congresos y bodas. Los grandes eventos culturales que animaban nuestras ciudades están congelados, como las conmemoraciones festivas y los grandes actos deportivos. Sorprende caer en la cuenta de cómo ha cambiado nuestra cotidianidad desde el inicio de este malhadado 2020 hasta hoy. Todos con mascarilla, con grandes precauciones, permanentemente vigilantes, y, sin embrago, la maldita covid-19 sigue haciendo de las suyas y aumentando la cifra de contagios y víctimas. Esta es la realidad que nos devuelve a la fase 1.
Y a todo eso hay que sumarle la hecatombe económica. Las previsiones de los expertos han quedado forzosamente arrumbadas ante la terquedad del rebrote y el empeoramiento de la situación epidemiológica. El planeta vive una profunda crisis que en este país se sustancia en la convicción de que no nos hemos enfrentado a un desafío similar desde la década de los años treinta del siglo pasado. Por todas partes hay, lamentablemente, malas noticias. Los ERTE están a la orden del día y lo peor es que muchos de ellos desembocarán irremediablemente en ERE, por cese de actividad. Caminar por las calles de cualquier ciudad es comprobar como muchos negocios han echado el cierre, incapaces de asumir los gastos corrientes sin la imprescindible contrapartida de ingresos recurrentes. La industria turística, con toda su potencia, atraviesa en España el momento más duro de su historia y los sectores adyacentes, como los servicios y la restauración, luchan por no sucumbir a la situación.
Algo parecido ocurre en el ámbito de la cultura: la música, el cine y el teatro se encuentran al borde del abismo, con las indeseadas consecuencias que de ello se deriva, no sólo en el plano económico, sino también en el de la formación de los ciudadanos y de la sociedad en general.
Por la fuerza de los hechos, se ha condenado a la ruina al sector del ocio nocturno. Discotecas, pubs, locales de copas y demás oferta que siempre ha funcionado muy bien entre nosotros han sido demonizados y convertidos en el chivo expiatorio de la nueva normalidad. Detrás de las barras, de las luces, la música ambiental y los cócteles, hay 200.000 familias que se han visto abocadas a una situación límite sin ser resarcidas por el lucro cesante al que han sido forzosamente sometidos sus negocios.
Las reclamaciones de ayudas públicas realizadas desde innumerables sectores, casi todas ellas cargadas de razón, chocan, no obstante, con la dura realidad de la falta de recursos y la prioridad de las destinadas a sanidad, educación y servicios sociales. De esta no saldremos más fuertes, sino más pobres. Habrá que capear el temporal como se pueda en la confianza de que la situación remita tras encontrarse una vacuna efectiva. Ojalá. No nos queda otra que alimentar la esperanza para seguir viviendo.
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