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El humilde club del Atlético San Francisco, bandera de la barriada de La Vega en León capital, militaba en la Regional Preferente a mediados de los ochenta. La Preferente estaba en el fondo del pozo futbolístico. Solo un peldaño más abajo se encontraba la 'Ordinaria', ... la Liga formada por los equipos armados entorno a la barra del bar y una ronda de cervezas.
Jugar en la Preferente, en todo caso, siempre tuvo algo mágico. Más por aquellos tiempos, donde cada equipo entendía el fútbol como una cuestión de vida o muerte y cada cual se armaba como guerreros en una batalla. Todo, en un campo donde parecían entresacarse patatas y con una afición que siempre acudía al recinto con el paraguas en la mano porque su destino final no era evitar la lluvia o el sol sino intimidar al árbitro.
Eran otros tiempos, recordados hoy con un cierto poso de romanticismo deportivo y entendiendo que aquellas batallas no eran sino un modo de burlar los duros momentos que entonces atravesaba el país.
El San Francisco siempre buscó su gloria en el campo de La Palomera, una ratonera de la que escapar con los puntos no era tan sencillo. La afición intimidaba, el equipo apretaba y todo con una música coral que entremezclaba soflamas y juramentos a partes iguales. Todo servía para achuchar al rival y al trío arbitral, que en no pocas ocasiones tuvo que salir escoltado por la policía.
Fueron años de gloria para un equipo tan modesto que, en plena crisis en el mercado de fichajes, terminó fichando a un cura como portero. «No quedaba otra porque no había mucha gente y éste era de lo mejor, aunque por entonces no jugaba y era el responsable de hacer el boletín eclesiástico. Había sido portero en la Cultural y en La Unidad de La Magdalena y le hicimos una prueba. Apuntaba maneras», recordaba hace algunas semanas el entonces entrenador del equipo 'franciscano', Froilán Lan Guerrero.
Con un cura en el vestuario, y en la portería, el San Francisco se convirtió en un equipo mucho más amable con él mismo y con el rival, la presencia de paraguas se hizo mucho más recatada y en el campo nadie invocaba el nombre de Dios con tanta alegría o desesperación.
En una ocasión Parra (un clásico de la época) le espetó al cura: «Jesús, tenías que rezar para que ganemos el partido». «¿Y si el otro equipo reza más?», le contestó. El hombre propone y Dios dispone, le vino a decir.
El cura estuvo en la portería de aquel equipo tan entrañable durante tres temporadas y, fuera obra del Señor o simple fortuna deportiva, en ese tiempo el equipo nunca coqueteó con el descenso (uno de los grandes temores de la época). Eso sí, tampoco con el ascenso.
-«Este llega a obispo», aseguró uno de los directivos franciscanos el día que Jesús fue llamado por el Altísimo a otros menesteres.
A mediados de julio monseñor Jesús Fernández González fue nombrado nuevo obispo de Astorga tras superar su etapa como obispo auxiliar en Santiago de Compostela. En sus manos recae una diócesis extraordinaria, compleja, marcada por los escándalos cometidos en los seminarios y dispuesta a recuperar el brillo que siempre le ha acompañado.
Monseñor Jesús Fernández González ha llegado con la mano tendida y el corazón abierto, con la ilusión de un seminarista y el empeño del mejor de los porteros en el más humilde de los equipos de fútbol. Lo primero que han dicho es que él procura comer con los seminaristas y no en palacio. Ya está haciendo vestuario.
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