Las llamadas cumbres que celebran los altos mandatarios de las instituciones internacionales más relevantes constituyen, sin duda, un momento especialmente importante: con carácter general, por la índole de los asuntos que se tratan, y con carácter particular, para el país organizador, que tiene la oportunidad ... de mostrarse al mundo en todo su esplendor. La reciente cumbre de la OTAN, celebrada en Madrid, no fue una excepción. Por razones bien evidentes de la situación mundial en estos momentos había despertado un elevado interés, como también es evidente que la disposición de acogida y la capacidad organizativa de España se manifestó una vez más, como ya ocurrió en otras ocasiones y con motivo de otros acontecimientos.
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Otra cosa es que no todo lo que se haya preparado, impulsado o acordado en ese foro sea íntegramente compartido o esté exento de debate y discrepancia, porque esto no ocurre prácticamente en ningún ámbito colectivo en el que exista contraposición de ideas y, sobre todo, de intereses, cosa frecuente en el ámbito internacional. Y luego está la dimensión doméstica: una vez apagados los focos del escaparate, lo que queda en la escena son los compromisos asumidos, los encargos recibidos, las consecuencias derivadas, todo ello sometido al 'efecto rebote' en la política nacional. Veamos, pues, lo que puede ser más destacable de lo sucedido, en ese doble plano, general y local.
Veníamos de una etapa ya un tanto prolongada de sosiego prebélico y de repente esta cumbre, hace tiempo prevista, cambió radicalmente de sentido. Esta es la cuestión y esta es la pregunta, si la reacción a tal situación y las decisiones adoptadas como nueva línea estratégica de la Alianza Militar, contribuyen a la tranquilidad, porque van en la línea de recuperar el sosiego, o introducen inquietud, porque pueden llegar a generar incertidumbre o tensión para un futuro no muy lejano. Basta con mirar un poco hacia atrás y comparar para percibir la hondura del cambio que se ha producido.
Cuando, a finales de los 80 del pasado siglo, la caída del muro de Berlín vino a simbolizar el derrumbamiento, brusco y rápido en general, del bloque soviético, todo era optimismo. De repente la 'guerra fría' sería un recuerdo del pasado, la nueva globalización económica ejercería una influencia homogeneizadora en la forma de entender las relaciones internacionales, y en la forma de desarrollar la economía en un nuevo mercado abierto de dimensión planetaria, y todo sería distinto. A falta de una contraposición de bloques que había alimentado las escaladas armamentísticas en el pasado, en aquel contexto inestable que se instaló tras la Segunda Gran Guerra, todo eran buenos augurios.
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Se disolvió, primero de hecho y luego de derecho, el Pacto de Varsovia, firmado en 1955 y desaparecido en 1991, que era el instrumento del Este a confrontar como respuesta a la Alianza Atlántica del Oeste, creada en 1949; y, en medio de aquel novedoso estatus internacional, hasta se llegó a pensar que también desaparecería la OTAN, entendiendo que ya no tendría sentido mantener una estructura militar integrada de bloque en un mundo sin bloques. Da hoy un poco, o un mucho, de grima, volver la vista atrás, a esos treinta años de distensión, en los que la ilusión de que sería suficiente con los 'cascos azules' de la ONU para hacer interposición humanitaria en los conflictos locales, aparece ahora como un sueño, rebosante de añoranza juvenil.
Los acuerdos de hace unos días en Madrid, calificados como el nuevo «concepto estratégico de la Alianza», vienen a configurar una nueva orientación de la defensa colectiva de un conjunto de países, entre los que está España. La invasión de Ucrania por el ejército ruso, la posición de China en el contexto actual, con presencia cada vez más frecuente e intensa en amplias zonas geoestratégicas, los movimientos migratorios del Sur hacia el Norte, etc., han alimentado esa teoría de las nuevas amenazas, no solo militares, también económicas y cibernéticas, en que se vendría a fundamentar la nueva estrategia de expansión territorial y de refuerzo material de la Alianza, lo que otra vez fomenta el liderazgo intervencionista y exigente de los EE UU y aleja la aspiración de una defensa europea autónoma, concebida con otros principios.
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Que Finlandia y Suecia hayan accedido, con el beneplácito final de Turquía, o que países como Japón o Australia hayan tenido presencia, cuando siempre se consideraron alejados del bloque, lo dice todo sobre ese escenario que se ha querido dibujar en la cumbre de Madrid, con una pretendida finalidad disuasoria que tiene algo de versión actualizada del viejo proverbio, tan certeramente expresado en latín ('¡Si vis pacem, para bellum¡'), que viene a decir que lo más eficaz para contener al adversario es que te vea fortalecido. Porque hoy ese proverbio tendría una interpretación verdaderamente preocupante, si de lo que se trata en última instancia es de tener más armamento nuclear del que sepas que tiene aquel a quien consideras enemigo.
No lo sé. No tengo claves suficientes como para estar seguro de que esa sea la estrategia más correcta o más efectiva, o de que las vías diplomáticas se hayan podido dar por agotadas como prioridad. Pero sería tremendo que todo lo que vayamos a dejar a nuestros hijos, o ya a nuestros nietos, sea otra vez un mundo dividido, polarizado, armado y hostil, además de en cambio climático irreversible.
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Y hablaba también del efecto local; porque también esos magnos acontecimientos en que el anfitrión termina por asumir compromisos que no todos comparten, pueden tener secuelas de política interna nada despreciables. Así ha ocurrido en esta ocasión, de manera bastante previsible. Porque lo era tanto el incremento de la presencia militar norteamericana en nuestro ámbito, y especialmente el anunciado incremento del gasto en Defensa. Cabe que ambas cosas tengan fundamento en ese contexto general a que antes me referí.
Pero las consecuencias políticas en la estabilidad de un Gobierno de coalición que ya veía dando muestras de crecientes fracturas, y en un momento social y económicamente delicado, como lo es el actual, pueden ser muy significativas, dada la índole del asunto en discusión. Pues es bien sabido que las posiciones sobre el gasto militar no suelen ser cuestión menor, sino de principios, una de esas cuestiones en que es más difícil flexibilizar, precisamente por ese carácter.
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Así que no estaría de más pensar un poco si no será este uno de esos momentos en que hay que intentar alcanzar alguno de esos grandes acuerdos, llámense de país, o como se quiera, que dan seguridad a decisiones especialmente delicadas. Si fuera así, pues acaso también sea el momento de decirlo y de hacerlo, entre quienes pueden y deben intentarlo, que de sobra sabemos quiénes son. Porque, o mucho me equivoco, o van a venir en un futuro próximo situaciones complicadas en que será conveniente volver a intentarlo. Y siempre es mejor, y más fácil, si hay precedentes.
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