Desde el estallido de la guerra civil, este país vivió sumergido de puertas adentro en un planteamiento bipolar radical, sin matices ni zonas grises. Naturalmente, aquellas décadas de monopolio militar acarrearon una gran despolitización de las mayorías, de grado o por fuerza sometidas a un ... imperium indiscutible que no daba la menor oportunidad a la disidencia. Por eso, a la muerte del dictador no existía una batería bien elaborada de propuestas ideológicas. En realidad, solo el PCE había mantenido unas mínimas estructuras en la clandestinidad, que costaron sufrimiento y vidas, y el histórico PSOE conservó encendida la llama en el exilio hasta que el 1973 los socialistas del interior, todos muy jóvenes y recién llegados, crearon en Suresnes el germen del que habría de ser el gran partido de centro izquierda, atento a los partidos socialistas francés e italiano, al SPD alemán, al laborismo británico.
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Junto al PSOE y al PCE, surgió una colosal sopa de letras, en la que compitieron centenares de aventureros dispuestos a probar fortuna. Por suerte, las primeras elecciones generales, todavía preconstitucionales, de 1977 aclararon ya relativamente la situación. Suárez había organizado la UCD que fue un instrumento valioso para que pudieran estructurarse las vocaciones políticas moderadas de centro y centro-derecha; el PSOE y el PCE consiguieron la representación que buscaban, y la derecha fue madurando una formación posfranquista que no llegó verdaderamente a cuajar hasta que Fraga se apartó de la política estatal y se recluyó en la comunidad gallega. Lentamente, fue asentándose el bipartidismo imperfecto, heredero de la ancestral bipolaridad.
Se han cumplido ochenta años del término de la guerra civil, y sin embargo todavía resuenan los tambores de aquella contienda fratricida, estimulados de nuevo por un partido recién creado, Vox que se ha apropiado del anacronismo y de la involución, y que debería ser cercado por un cordón sanitario. Es obvio que el PP y el PSOE se detestan muy civilizadamente, pero en sus discursos más airados y crispados aún se detecta todavía un punto de guerracivilismo, de cinismo explícito, de aborrecimiento recíproco sin contemplaciones. También hubo sombría enemistad entre González y Carrillo y sobre todo entre González y Anguita. Durante más de cuarenta años de teórica democracia, los actores políticos de este país jamás han aceptado que el adversario podía tener razón.
Esta bipolaridad estructural, que ha impedido hasta hace poco no sólo gobiernos de coalición sino grandes pactos de Estado -es penoso reconocer que nuestro gran problema, el de ETA, tampoco consiguió las unanimidades necesarias-, ha sido un lastre que se hizo particularmente pesado cuando, a partir de las elecciones de diciembre de 2015, desapareció espontáneamente el bipartidismo imperfecto. Tras aquellas elecciones de 2015 no hubo manera de formar una mayoría; tras las repetidas de 2016 sólo se pudo formar un gobierno tras las ruptura del principal partido de la oposición; en abril de 2019 se celebraron otras elecciones generales, ya con Sánchez en la presidencia, y tampoco hubo manera de acopiar una mayoría, por lo que hubo que repetir las elecciones en noviembre. Que fue cuando surgió la coalición PSOE-UP, base de una constelación de partidos que dio el gobierno a Sánchez.
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El pacto PSOE-UP está hoy en el punto de mira de la crítica porque tiene que improvisar su andadura. Los partidos han de mantener su propia personalidad y al mismo tiempo han de ser leales a los acuerdos compartidos y los objetivos comunes. La verdad es que, a pesar de la lucha de egos que manifiestamente está teniendo lugar, los principales actores no lo están haciendo mal. Antes al contrario: la gente comienza a apreciar la capacidad de conciliación entre Iglesias y Sánchez, la habilidad de ambos de buscar terceras vías a los choques inevitables, la conciencia que ambos demuestran de que tienen una obligación que cumplir que exige flexibilidad y hasta modestia. Esperemos que los resultados del domingo no desatenten estos equilibrios.
Tan razonablemente van las cosas, que incluso parece que el PP y el PSOE se sienten impulsados, ellos también, a mejorar sus relaciones, no a hacerse amigos sino a participar de esa cultura de coalición, que es también cultura de convivencia, que se está empezando a formar. Ojalá progresen la tendencia y la idea.
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