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El párroco de Arroyo de la Luz bendice con el Santísimo desde el tejado de la iglesia por las víctimas de la covid-19. Infocatólica

El cuidado divino

«Es por ello que no debería quedarse sin investigar ni una de las muertes ocurridas hasta la fecha»

J. Calvo

León

Lunes, 20 de abril 2020, 07:04

En Arroyo de la Luz, un municipio extremeño, el cura se subió al tejado de la iglesia para bendecir los cuatro puntos cardinales. Agua bendita lanzada al cielo y recogida por la tierra para alejar al virus que hoy atemoriza sin descanso a ... toda la sociedad.

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A la hora del Ángelus ofició este apóstol de Dios el 'corpus christi' para conseguir que el mayor enemigo del pueblo en la actualidad se alejara de una localidad en la que a su paso había dejado media docena de fallecidos.

Más cerca, en la provincia de León, otro cura se detuvo en Barrios de Nuestra Señora cuando transitaba hacia la localidad de Barrillos de Curueño, donde su ubica su centro parroquial. El sacerdote puso el freno de mano a su vehículo y sacó un altavoz gigante del maletero.

En el cruce de los caminos, ante la ausencia de tráfico, tiró sus rodillas al suelo y lanzó sus plegarias al cielo. El motivo, igual de profundo que el de su compañero extremeño en la Iglesia, no tenía más objeto que alimentar el alma, aliviar la pena e invocar la esperanza entre sus fieles. No es poco para los tiempos que corren.

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Uno y otro sembraron de este modo alivio especialmente entre quienes, avanzados en edad, esperan del 'altísimo' aquello que no les llega desde la tierra: confianza en que antes o después habrá una solución a esta pandemia y que en el día después todo volverá a ser igual, o mejor.

Cuida la Iglesia de sus fieles desde la fe y el mensaje llega desde lo alto del tejado o con un altavoz desde el medio de la carretera. La estética es lo de menos, lo importante siempre es el fondo de la cuestión.

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Tan loable empeño cristiano, quizá, debería tener la misma intensidad en quienes hoy asumen el reto de custodiar y proteger a quienes hicieron rica y acomodada a esta sociedad que conocemos. Si hoy tenemos lo que tenemos, si el mundo tal cual conocemos es lo que es, se debe en una grandísima medida al tesón y el esfuerzo de quienes en el pasillo, el comedor o la habitación de una residencia de ancianos espera el momento final a su tránsito vital.

No parece justo, ni por asomo, que se puedan producir casos en los que, como viene sucediendo, se hayan producido más de medio centenar de muertes en este tipo de residencias. No es de recibo.

No vale el argumento de la letalidad de un virus malvado y desconocido, ni sirve la disculpa de que las patologías previas sufridas son una condena en vida. ¿Cómo es posible que a un lado no haya dedos en las manos para contar las pérdidas de vidas humanas y a escasos kilómetros los ancianos de otra residencia puedan jugar a las cartas?

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El casi siempre lucrativo negocio de los mayores, necesario en una sociedad que mira por los suyos, ha caído en no pocas ocasiones en manos de quienes no piensan en absoluto en la justicia social que merecen las personas que se han dejado la vida para construir un entorno mejor y solo ven en sus residentes una caja registradora.

Es por ello que no debería quedarse sin investigar ni una de las muertes ocurridas hasta la fecha, convendría revisar cada uno de los procedimientos previos y castigar, si fuera necesario, a quienes olvidaron que su bienestar hoy se debe a esas personas que miran al tejado de una iglesia o se emocionan al ver a un cura arrodillado en el medio de la carretera en busca de un poco esperanza. La misma esperanza, que no les proporcionan sus tutores.

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