Cuestión de nivel

Enternece pensar que a los gabinetes de Adolfo Suárez se les denominaban en los medios de comunicación 'gobierno de peneenes' por la juventud de sus titulares a los que se comparaba con los profesores no numerarios que entonces poblaban las capas menos experimentadas de la universidad. Cuando repasamos los nombres de aquellos tiempos reparamos en la preparación de unos profesionales que llegaban a la actividad política cotizados de casa, una premisa fundamental para dedicarse a la gestión de lo público. Se trataba de personas que tenían un oficio y unas trayectorias reflejadas en sus currícula, a pesar de que aún disponían de mucho recorrido vital. Como en sus tiempos aún no existían los partidos ninguno de ellos militó en las juventudes de una formación, haciéndose políticos profesionales, como luego ocurriría con algunos nombres de dudoso futuro fuera de los sueldos del Estado.

Para dedicarse a la política, lo suyo es tener una carrera profesional que poner al servicio de los ciudadanos durante un periodo de tiempo acotado. Una etapa en la que se trabaja para el país utilizando la propia experiencia, los contactos y la formación personal en beneficio de la sociedad. Algo totalmente contrapuesto a los que únicamente buscan medrar a la sombra de un partido sin el cual no serían nada. Todos hemos comentado el paupérrimo nivel de la clase política actual (salvo honrosas y muy notables excepciones). La dedicación a los cargos públicos está generalmente poco retribuida y mal considerada socialmente. Hay que tener mucha vocación para dejar un determinado nivel de vida y una existencia tranquila para convertirse en objeto de ataques y en sospechoso habitual, algo que conocen bien todos aquellos que se dedican a la gestión pública.

Cuando observamos la cuantiosa nómina de asesores, personal de confianza y paniaguados al servicio de los que mandan en sus partidos, no podemos por menos que añorar aquellos años en los que la ilusión por alumbrar la democracia convocó en gobiernos y altos cargos a solventes profesionales y algunas inteligencias brillantes. Era un tiempo en el que cuando se cesaba en la posición y había que bajarse del coche oficial, los destituidos tenían abierto de inmediato el camino de regreso a su actividad de siempre donde podían continuar ganándose la vida con absoluta normalidad y, generalmente, mejor que con los magros sueldos oficiales.

No hace falta recordar que la nostalgia es un error, pero sorprende caer en la cuenta de cuántos buenos profesionales han tenido un futuro espléndido al salir de sus despachos ministeriales. Hoy, honestamente, cuesta pensar que algunos titulares de carteras puedan mantener sus hábitos de vida cuando sean arrojados a la fría realidad de su nivel profesional. Por eso harán lo que sea por continuar aferrados a sus sillones. No tienen otra.