Ser y no ser, esa cuestión
Fuera de campo ·
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«Un varón puede ser inocente en el universo de la justicia y culpable (implícito) en la administración»Yo quería hablarles a ustedes, ya que estamos en vísperas de Navidad, de esos otros niños olvidados en pesebres mucho menos confortables que el de Belén. Del niño de Canet de Mar, que quiere estudiar en español y recibe, a cambio, acosos e insultos; del ... hijo de Juana Rivas, víctima de un probable abuso sexual del que su madre, al parecer, se desentendió; e incluso de esas menores de Baleares de las que hace dos años supimos que fueron prostituidas estando bajo tutela de los servicios de protección de menores. Son víctimas de segunda categoría, a las que apenas se da cobijo en la posada del debate público.
Pero, en contra de lo que pueda parecer, los temas no los elige uno del todo, sino que se le imponen, y le llevan de la mano, impetuosos e imperativos, hacia el teclado del ordenador.
De modo que no queda otra que hablarles de la decisión de la ministra Irene Montero de conceder estatuto administrativo de víctima de 'violencia de género' no solo a mujeres que no hayan denunciado tales hechos -lo que ya estaba recogido en la normativa vigente- sino también a aquellas que, habiéndolo hecho, no han obtenido el respaldo de los tribunales.
La cuestión ya no es «ser o no ser», como clamara el ingenuo príncipe Hamlet. Ahora estamos ya instalados en el «ser y no ser» del gato de Schrödinger. De modo que una mujer puede ser víctima en el universo paralelo de la realidad administrativa, y no serlo en la judicial. Y en su reverso, su pareja puede ser inocente judicialmente y administrativamente culpable, siquiera sea de forma implícita, pues si su mujer es víctima, él debe ser agresor.
Sabemos que la realidad es compleja, y que caben los matices, pero difícilmente podemos abarcarlos usando los mismos conceptos para situaciones distintas. Hubiera cabido crear otra categoría, como 'mujer en situación de riesgo', que permitiera auxiliar a personas que quizás lo necesiten sin entrar en flagrante contradicción con las resoluciones judiciales. Aunque quizás lo que se busque sea justamente eso: desautorizar el 'garantismo' de los tribunales por la puerta de atrás de lo administrativo.
El resultado es otro episodio más, si bien especialmente grave, de esa ceremonia de la confusión en la que estamos instalados. Vivimos atrapados en una melodía desencadenada, o más bien desafinada, seducidos por el crescendo de un 'Bolero de Ravel' del despropósito que nos conduce hacia la descomposición de cualquier base sólida sobre la que intervenir en la realidad. El bolero suena bien, y su persistencia rítmica resulta hipnótica, pero la melaza de incongruencia que lo impregna es asfixiante.
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