Algunos de los mejores cuentos asignados a la infancia nada tienen que ver con el estilo patentado por Walt Disney, y sí con sociedades donde regían el hambre, la violencia y la crueldad. Por eso tuvieron que ser edulcorados, casi siempre mediante la introducción del ' ... happy end' que compensa la dureza previa del relato. Toda la dulzura del personaje de Blancanieves se desvanece al invitar a la malvada reina a un baile donde le calzan unos zapatos ardientes, con los cuales bailará hasta quemarse viva. A las hermanas de Cenicienta les arrancan los ojos. El desenlace inicial de Caperucita es que la niña y su abuela acaban devoradas por el lobo. A partir de relatos populares, tanto los hermanos Grimm como antes Perrault describen un mundo de peligros y angustias.
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Suele decirse que El flautista de Hamelin, leyenda recuperada por los Grimm, es como una premonición frente al populismo. Destinatario: una sociedad que se encuentra en un callejón sin salida, ante el estancamiento económico y la frustración social, como la Francia de los 'chalecos amarillos'. Aunque el riesgo de una extrema derecha posfascista se encuentre temporalmente conjurado, porque la empresa del clan Le Pen ha tocado techo y bloquea al ultra Zemmour.
El presidente Macron se presenta entonces como garante de reformas sociales y políticas rigurosas, pero resulta poco fiable. Fue elegido en 2017 con el apoyo del centro-izquierda, vampirizando al socialismo, para luego ejecutar una política estrictamente conservadora. Sus primeros ministros fueron hombres confesos de derecha. Elisabeth Borne, la actual, es modelo de tecnócrata sin orientación.
Las grandes palabras de este presidente-camaleón no bastan, como sucedió en su discurso ante el Consejo de Europa. Macron dice tener a Ucrania en el corazón –frase de Napoleón cuando rehusaba actuar– y propone una comunidad política europea y nueva política de seguridad, no lejos de Putin: «No hay que humillarle». Y el corazón puesto en Ucrania no le impide rechazar el ingreso del país agredido en la UE. 'Itzak ederrak, biotsa paltso'. Contrapunto, su realismo al insistir en la urgencia de negociaciones.
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El populismo abre su camino en Francia, a favor de la desconfianza frente a las dos opciones que lucharon por la presidencia. Es el momento apropiado para la entrada en escena del flautista, quien promete acabar con todas las ratas que atormentan la vida de la sociedad francesa, y en particular de sus capas populares. Jean-Luc Méelenchon ha sabido formular una enmienda a la totalidad (soberanismo ante la UE, nueva Constitución, pensiones). Sin estimación de costes, punto débil sobre el cual golpea Macron. Desestabilización anunciada. Melenchon nunca admitirá un pacto de gobernabilidad en minoría.
En la situación política española, crítica en otro sentido, con un Gobierno de coalición dando tumbos, disponemos también de un flautista de Hamelin, capaz de desestabilizar lo suyo, pero sin posibilidad ya para convertirse en alternativa. El presidente Sánchez detenta un monopolio del poder político en el Estado, sometido a presiones exteriores que al mismo tiempo le aseguran su supervivencia. Su papel en escena es el de la Reina en la historia de Blancanieves, obligada a preguntarle una y otra vez a su espejo sobre si es la más bella políticamente. Para eso necesita el espejo que se lo confirme siempre. Nadie en la corte de la Reina, y menos el espejo, su bastión mediático, asumirá el riesgo de cuestionar esa preeminencia.
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Trasladada al presente la ficción, se cumple el principio de que la democracia resulta dañada cuando el titular del poder busca ante todo mantener incólume su imagen, pilar de su mando. Sus actuaciones deberán ofrecer siempre un balance impoluto. Aquí y ahora, su espejo nos obliga a olvidar la servidumbre sin reservas, asumida respecto del independentismo catalán.
Respecto de su organización y Gobierno, el resultado es similar, con la inevitable humillación de aquellos que piensen y juzguen por sí mismos al servicio del Estado (ministra Robles). Se enfrentan a un monolitismo enfeudado a sus socios separatistas, según acaba de verse en el inaudito apoyo socialista al independentismo en la ley catalana –no al decreto del Govern– que invalidará la cuota del 25% de enseñanza en español. Justificación permanente: la amenaza de una oposición política afectada por la previsible compresencia –que diría Ortega– de un elemento neofascista que recuerda a los ogros clásicos. Esperemos que todo no acabe políticamente para la Reina y sus ciegas hormigas como en el terrible cuento de los hermanos Grimm. Otras socialdemocracias ya lo han padecido.
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Cabe encontrar también en ese escenario a un personaje inseguro, pero que presenta una positiva ejecutoria en el espinoso terreno de reformar en tiempo de crisis. Ningún parentesco con Blancanieves, tal vez con 'as mouras', espíritus femeninos que en las leyendas galaicas emprendían grandes obras. Aquí y ahora, sin recursos propios y sobre arenas movedizas.
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