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El lobo de Cervera me miró por estas fechas. No era allegado como Lupo, mi perro, pero lo sentaría de buen gusto en mi mesa paramera. Y es que yo pensé mucho en él cuando el confinamiento y cuando la corza Pinciana y el ... ciervo Camomilito bajaron del monte a volvernos franciscanos. Era un tiempo como este, en la Montaña Palentina dejó de hacer frío después de las nevadas, desde Ventanilla a Potes sentí bochorno en la bicicleta por estas bipolaridades del clima. Y me he vuelto a acordar del lobo.
Aquella era mi antigua normalidad, no sabía lo que venía y que iba a extrañar las mañanitas de niebla en la gasolinera. En esa época, hará un año, a Juan Carlos le sabíamos lo de las faldas, pero no había salido Echenique a proclamarnos la república en el día de la Constitución y con un desparpajo maño que acongoja.
A mí es que en esta prenavidad de los allegados me da por pensar en qué estaba haciendo hace un año. Cruzando la linde con Cantabria, con casco, fotografiándome en el cartel y con mi bicicleta rulando por la ruta de los pantanos. Entonces aprendí aquello de que los ríos nacen y crecen, y a la sombra del Espigüete yo no sabía aún nada de epidemiología y de neumología, ay, lo justo: que fumar es malo pero que hay cosas peores, como como un mal matrimonio o la pronunciación de Illa.
Las nieves empiezan a derretirse e inflamar los ríos. Podríamos pensar en las nieves de antaño, pero nos tienen dicho que las nieves son mero ejemplo de populismo y que conviene naturalizar estos tiempos de ensimismamientos en la niebla, con el negroni y la manta como homenaje a eso: a que seguimos vivos.
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