Mientras nuestra televisión púbica regional emitía su dosis semanal de danzas autóctonas en 'prime time', aproveché para desprenderme de la basura catódica y, de paso, también de la orgánica. Aún estaba recuperándome del éxtasis de la excelsa emisión de 'Tosca' que brindó a los cofrades ... Radio Clásica en la noche del sábado. Así que, en vez del ascensor, opté por las sanas escaleras para tonificar un poco los glúteos. Y eso fue lo que me dio el pie para este texto. Durante el ascenso, me asaltó la astracanada que escenificaron cuatro ilusionistas en la emblemática y politizada Valencia, un territorio en el que ven la luz un sinfín de cítricos, inéditos en nuestros insolidarios colmados.

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Yolanda Díaz, loba con piel de cordera, tez nacarada y rostro de hormigón, epítome del irenismo y el adormecimiento social, bosquejó su plan de asalto en el escenario de los grandes hitos del politiqueo. La avalaron tres vicetiples y una figurante ceutí. Pergeñó su tranquilizadora declaración de intenciones y, soterradamente, laminó a su mentor, a la consorte de este y a otros cachorros. Mientras, la laboralmente inédita y trepa Ada Colau, con el resto del coro, asentía exhibiendo un rictus que auguraba un futuro inmejorable para nuestro indefenso y tutelado país policromado. Y es que Pedro Sánchez la quiere fuerte, a ella y a su buque nodriza, así que así se vislumbran parte de sus anhelos. La charleta de este finde supuraba un hedor onanista y hedónico, para clientes ingenuos.

'Tosca' gira en torno a la traición, los celos y el antimonarquismo. El hilo de la ópera de Puccini actúa de apuntador para este sainete levantisco y los que aún están por representarse. El acto valenciano revistió una solemnidad que era para tomársela en broma. No es preciso adjetivar más.

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