Aparentemente, es una buena noticia que a día de hoy los ciudadanos que aún forman parte de las llamadas 'colas del hambre', sean menos de los que se habían calculado en un principio. Que el número de asistidos en Valladolid por las ONGs crezca desde ... marzo en un par de miles no es como para alegrarse, aunque permite respirar porque la hecatombe podía haber resultado muchísimo más grave. Pero sería un inmenso error pensar que estos datos indican que las consecuencias de la pandemia no han sido tan salvajes como auguraban los colectivos que atienden a los más necesitados. Es posible que si nos cuidamos un poco, huimos de los barullos y nos ponemos la mascarilla acabemos olvidándonos del covid, pero el hambre es un virus casi imposible de combatir porque la pobreza extrema es más antigua y duradera. No quiero ponerme sombrío, pero cuando pase esta maldición el hambre seguirá presente aunque no la veamos o nos neguemos a mirarla cara a cara. Aunque muchos creen que hay luz al final del túnel, otros siguen viendo su propio futuro tan negro como antes. Cuando mi madre hablaba de sus penurias decía que durante la guerra del 36 había bombardeos, destrucción y muertos, pero la miseria llegó «en los cuarenta», tiempo después del final de la contienda. Y no decía que la indigencia fue algo propio de 1940 sino «de los cuarenta» y que, para su generación, se extendió durante una década. O más.
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