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Cada mañana nos despertamos con la noticia de varios centenares de personas que han muerto por el coronavirus y, entre tantas, nunca falta algún familiar, amigo, vecino o conocido. La crónica triste se escribe sola: es la más dramática que jamás se ha escrito ni ... publicado. Hablar de crónica negra del coronavirus es quedarse corto. Están las víctimas nuestras de cada día, la angustia de los que en las UCI se agarran a la última esperanza de volver a respirar, de los allegados que ni siquiera tienen la opción de despedirse de los cadáveres, y está el encierro doméstico de millones de personas, niños incluidos, que llevan un mes sin respirar aire puro.
También redondea la crónica la inquietud que genera el futuro, agravada por las permanentes especulaciones de cuantos lanzan rumores o noticias interpretadas a su modo sin hacerse cargo del impacto que tiene en la sociedad una información impregnada de falsedades, de opiniones propias convertidas en dogmas.
No falta de nada a esta crónica negra de la pandemia donde una sociedad masivamente responsable y resignada a los sufrimientos e inconvenientes cumple a rajatabla las instrucciones que caben para erradicarla, pero se empaña más aún con las impertinencias de quienes no dudan en poner en riesgo la suerte de los demás.
Esta Semana Santa fueron bastantes los irresponsables que arriesgando su propia vida y retando la suerte de no ser multados, se movieron por la geografía nacional violando el confinamiento. Los resultados ya se han visto: el número de muertos ha estado varios días volviendo a aumentar. Esta es una crónica en la que unos se sacrifican y otros dan rienda suelta a sus desvaríos.
Mientras que el grueso de la gente de bien se asoma por las tardes a los balcones a agradecer y homenajear a quienes cuidan de su salud, otros indeseables cuelgan en las puertas de sus casas conminando a marcharse a dormir bajo un puente. Tampoco faltan los delincuentes de cuello blanco que aprovechan para robar, contrabandear y especular con las mascarillas o los respiradores que pueden evitar los contagios o paliar las agonías. ¿Qué sentirán estos sujetos cuando por la noche la almohada les invite a revisar sus facturas con los demás?
Son muchas por desgracia las excepciones de un comportamiento solidario como es el repulsivo desprecio que en algunos centros de Cataluña insultan y rechazan a los abnegados militares cuando acuden a desinfectarles sus ambientes de convivencia. El caso de la residencia donde murieron varias decenas de ancianos por culpa del fanatismo de algunos independentistas es paradigmático.
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