Me dicen que la criminalidad repunta en Valladolid. Parece que la ciudad quiere emular aquellos tiempos de la efímera Corte barroca en los que abrió sus puertas a una pléyade de exiliados de la desdicha, especuladores varios, entretenidas y pícaros de toda laya y condición. P ... ara colmo de males, una embajada inglesa con más de seiscientos herejes asentó sus reales a la vera del Pisuerga en 1605. Venían a ratificar el tratado de paz firmado por ambos imperios y, entre agasajos y saraos, dejaron las arcas vacías y las calles llenas de duelos, quebrantos y pendencias.
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Pleitos y lances delictivos nunca han faltado en esta ciudad. No ha mucho, Valladolid adquirió fama de tener los mejores carteristas de España. En la calle Santiago crearon escuela. Limpias, cerilleros y vendedores de lotería redondeaban el jornal desplumando a algún lila. Por la Audiencia desfilaron trileros, primos del timo, chorizos de baja estofa y descuideros varios. Pero pasó a la historia el arte de mangar con elegancia, de robar con oficio y talento. El lumpen ya no compensa. Ahora la cartera te la trinca Hacienda, Iberdrola o el Banco.
Y de ahí proviene el notorio atasco judicial. Tóxicos bancarios y cláusulas hipotecarias abusivas desbordan unas dependencias judiciales que aquí están cada una en un sitio. Harta de parches y estrecheces, de promesas incumplidas, la diosa de la balanza y la venda clama al cielo por una única sede. ¿La ciudad de la justicia? Otro año será…
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