Es una tribu amplia. Tienen argumentos incuestionables, múltiples, fantasiosos, maleables. Son los negacionistas. Esta estirpe que considera cada palabra o cada gesto como parte de una confabulación planetaria. El virus vuelve a galopar por Europa. Y con él cobra fuerza la ola de los conspiranóicos. ... No les vale que los vacunados sigamos pululando por ahí sin otros trastornos que los de la vida cotidiana. Ellos siguen con sus teorías variopintas. Ahora se reúnen en cónclaves festivos para contagiarse el virus y rehuir la vacuna. Así podrán obtener el certificado covid –que, por cierto, si nos queremos librar de nuevas restricciones y dramas, ya debería estar vigente en todo el territorio nacional–.

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Negaban que existiera el virus, el bichito de Bosé, la invención de Soros y Bill Gates. Ahora reconocen su existencia. El peligro es la vacuna. El chip que viene dentro, el virus múltiple y retardado que nos inoculan y con el que se nos borrará la mente para convertirnos en máquinas productivas, una especie de robots sin conciencia. Bueno. De momento seguimos mentalmente más o menos activos, leyendo sus mensajes y viendo con asombro esas reuniones a favor del contagio. Un contagio deseado que además ahora puede llegar por medio de un lote casero que contiene el virus y que cada una de estas mentes lúcidas puede inyectarse a discreción. El estuche covid de la Señorita Pepis, más o menos. Solo que dejará muertos a su paso, y no muertos de juguete. Muertos, enfermos graves y reales.

Llevados por su inteligencia despierta dicen no creer en nada, cuando realmente son personas de una inmensa fe. Creen en un complot perfectamente organizado. Creen en una trama mundial capaz de involucrar a todos los líderes políticos y a todos los medios de comunicación del planeta, a la inmensa mayoría de médicos y sanitarios de la Tierra. Todos sobornados y compinchados, la orquesta mundial entera tocando la misma partitura, en India, en Rusia, en USA y, naturalmente, en Bruselas. Cuánta fe hay que tener para creer en ese fabuloso entramado. Estos incrédulos son la gente más crédula del mundo. Han sustituido el poder celestial por uno terrenal hecho a imagen y semejanza de Dios. Naturalmente, los que no creemos en su dogma, somos unos ingenuos, unos bobos que comulgan con aquello que nos dicen las autoridades científicas. Unas autoridades que apelan a la solidaridad para que los indómitos se vacunen. Un argumento flojo para la tropa negacionista. Si quieren que sus palabras tengan algún efecto los ciéntificos tendrían que apelar a argumentos propios de Walt Disney o de algún chamán intoxicado de ácido lisérgico.

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