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La suerte está echada. Ni siquiera la progresión de los brotes verdes del coronavirus podrá impedir que mañana se celebren elecciones en el País Vasco y en Galicia. En ese oxímoron de nueva normalidad en que vivimos. A Urkullu no, porque es como es de ... recio. Pero a Núñez Feijóo se diría que en la última semana, además de crecerle el pelo al estilo Simón, le han salido unas cuantas canas de más. Canas de madurez, es de suponer, antes que de incertidumbre por el resultado en las urnas. Canas, en todo caso, de preocupación por lo que está ocurriendo en A Mariña lucense.
Las mismas canas que, desde el jueves, ha añadido a su numen presidencial el ínclito Pedro Sánchez, el inventor de palabras. Ni por madurez ni por incertidumbre, en su caso. Más bien porque Europa le ha vuelto a romper el corazón, dejando lo de Nadia en nada. No le han servido ni Merkel ni Macron. Ni la bandera del 80% del PIB comunitario. Los apoyos pactados no fueron suficientes para sacar adelante la candidatura de Calviño para presidir el Eurogrupo. Al final hubo miedo. Y al menos una traición. Los pequeños se hicieron grandes a la hora de votar. Lo hicieron en secreto y con un objetivo común. Y le dieron el puesto al irlandés Donohoe, que no se lo termina de creer.
Donohoe contaba a su favor con la promesa de una férrea disciplina fiscal. En su país, además, no tenía a Unidas Podemos gobernando en coalición. «Todo extremismo destruye lo que afirma», decía María Zambrano. Y la sombra del vicepresidente segundo resultó pesar más que la cara de ángel de la vicepresidenta tercera. Mal para las aspiraciones españolas sobre las ayudas europeas. Y mal también en casa para la propia Nadia, que se queda desangelada en el Gobierno. Tampoco ha debido pesar mucho a favor de nuestro país la posición rara del Gobierno frente al virus de la Corona. Más contradicciones, que es lo último que necesita ahora Europa.
Con todo, lo de tener el corazón partido parece que no es exclusivo del Gobierno de España. Un estudio de la clínica Cleveland, de Estados Unidos, afirma ahora que la grave miocardiopatía que conocemos como 'síndrome del corazón roto' está seriamente relacionada con la angustia emocional provocada por la pandemia. Y por eso crece exponencialmente. No es de extrañar. En plena celebración del fin del cautiverio, los amigos de la OMS, que funcionan con meses de retraso sobre la comunidad científica, afirman ahora que el coronavirus se transmite también por el aire. Hablando, cantando, riendo, besando, comiendo y bebiendo. Además de a los pulmones ataca al corazón. Al amor, a la amistad, a la fiesta.
Así que apañados estamos. La curva del coronavirus de la primera semana de julio se empieza a parecer demasiado a la de la primera semana de marzo. Un poco antes del comienzo de los encierros. Y por más que ahora Fernando Simón en vez de alarma predique tranquilidad, las noticias sobre los brotes y rebrotes no son buenas. Nos tocan en la moral y nos rompen el corazón. «Si hay algo en España de lo que no se puede disentir es del totalitarismo de la fiesta», dice Muñoz Molina. Algunos, por lo que se ve, tampoco en verano terminan de tener la fiesta en paz.
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