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La pandemia de covid-19 ha obligado a los dos grandes partidos políticos de Estados Unidos a romper la tradición y repensar la estrategia de sus Convenciones electorales. La del Partido Demócrata, que ha elegido al senador Joe Biden, el candidato de más edad ... en la historia estadounidense, se ha servido en tiempo real por youtube y las plataformas de Livestream, televisión por cable (siete grandes cadenas) y descargas en dispositivos con aplicaciones de FireTV, Apple y Amazon Prime Video. Ningún evento político había convocado hasta ahora tanta avidez de difusión televisual libre de pago. La Convención Republicana repetirá desde mañana lunes esa misma versión virtual, porque Donald Trump ha renunciado a convocar ese acto con público y gritos en Charlotte (Carolina del Norte), en vista del fracaso de sus últimos mítines. Joe Biden, superviviente de mil calamidades políticas y privadas, se compromete a aniquilar en las urnas dentro de nueve semanas el oscurantismo del incendiario Trump quien, privado de su talante de predicador de multitudes, ingenia cada día nuevas fantasías para hacer frente a un adversario escurridizo y paciente.
Nunca asistí a otro mitin político tan vistoso y fascinante. Cuando llegué a Chicago el día 25 de agosto de 1996 para asistir, en misión informativa, a la Convención del Partido Demócrata en el polideportivo donde los Bulls habían ganado un mes antes el trofeo de la NBA frente a los SuperSonics de Seatlle, soñaba encontrar en aquel sagrado recinto del baloncesto a los héroes de mis ambiciones deportivas de juventud, perennes siempre en mi memoria: la silueta erguida y la sonrisa ancha del capitán Scottie Pipper, la aparente serenidad divina de Michael Jordan, el pelo coloreado de Dennis Rodman… Por desgracia, ninguno de aquellos titanes negros andaba por las inmediaciones del pabellón United Center, rodeado ese día de policías y camiones que trasportaban el utillaje para el concilio de delegados que habían de refrendar la candidatura de Bill Clinton y su reelección presidencial.
No habían llegado todavía los famosos de aquella parafernalia prodigiosa, la gran liturgia de una Convención electoral. Durante el ensayo del acto, salía por los ventanales del estadio como un torrente caribeño la melodía de 'La Macarena', éxito de Los del Río en versión inglesa, la canción que habría de calentar días después el júbilo de los militantes del Partido Demócrata con las palmas de 25.000 espectadores. Banderas, pancartas, anuncios luminosos… La gran feria escondía tras ese espectáculo fantástico como de titiriteros la trascendencia de un evento de gran peso político, servido de costa a costa por la televisión y las incipientes redes digitales, desde Nueva York a Los Ángeles. A la espera de los protagonistas, los mercaderes ambulantes pregonaban a un dólar recuerdos tan elementales como una chapa con la efigie de Hillary Rodman Clinton con su pelo teñido de verde, como el del travieso Dennis Rodman, y esta inscripción: «También ella es tan mala como le da la gana».
Todos los recursos de sonidos e imágenes son válidos para escribir el libreto de una Convención electoral. En esa hora de promesas halagadoras y de los conflictos ocultos, los propagandistas del candidato deben tejer una red sutil de mensajes distribuidos en un argumento eficaz que debe mantener el suspense durante tres o cuatro días; como si cada episodio del mismo ofreciera una parte de la verdad y anunciara un final dramático, emocionante y feliz. La guerra por las audiencias televisivas, ahora ampliadas por internet, obliga a los guionistas de ese evento político trascendente a recurrir al modelo de un falso suspense novelero, el 'cliffhanger' cuya utilidad inventó hace siglo y medio el escritor inglés Thomas Hardy en su folletín 'Un par de ojos azules'. El protagonista de ese relato publicado por entregas semanales durante casi un año colgó al protagonista de un acantilado, donde repasó la historia del mundo hasta que su amada lo salvó sujetándolo en el aire con los cordones de su corpiño.
Desde que Abraham Lincoln inaugurara esa tradición hace 160 años precisamente en Chicago, el escenario pasó de los salones nobles a los estadios deportivos, siempre sometido a la presión mediática. Todo vale a la hora de elaborar la escaleta de una Convención para que la clientela del espectáculo se sienta interesada y aun alagada, como si estuviera viendo el penúltimo episodio de una serie televisiva. Cuando Eisenhower fue elegido candidato en San Francisco en 1956, la primera nominación indiscutida en la era de la televisión, los republicanos crearon el modelo moderno para las Convenciones: discursos cortos, uso generoso de contenidos visuales, apasionados aplausos de la multitud, ostentosas demostraciones de unidad y guiones bien minutados. La prensa escrita juzga y analiza, pero una cámara de televisión cambia la naturaleza política de lo que muestra.
El empresario y publicista Steve Forbes pronosticó hace dos décadas que este sistema para la nominación de candidatos permitiría quizás a algún plutócrata escalar la cima de las encuestas y lograr su nominación, antes de que se descubra su ineptitud, gracias al control de la televisión. Las redes sociales han desbaratado ese riesgo. Sin embargo, en este gran show televisivo de las Convenciones se admiten incluso humoradas y sarcasmo: algunos delegados votaron por candidatos tan quiméricos como Mao Zedong y Mickey Mouse, aunque sólo para el cargo de Vicepresidente. ¿Quién vencerá en la parábola de las urnas? ¿El águila Donald Trump que se cree el mejor presidente del universo, o el perseverante Joe Biden? Las encuestas apuestan por el viejo zorro de Pensilvania, con ventaja de diez puntos sobre el vanidoso neoyorquino.
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