Muchos de mi generación guardamos en la memoria una de las obsesiones más tenaces de Franco, según el cual todos los males que España había padecido y seguía soportando eran consecuencia de «la conspiración judeo-masónica»; un contubernio como una catedral. Yo creo que hasta ... el último suspiro, el generalísimo estuvo convencido de que el mundo entero conspiraba contra nosotros y, ya puestos, contra el régimen. Aquella teoría suya de que todos los males venían de fuera y respondían a un complot internacional, fue repetida tantísimas veces que algunos dejamos de tragárnosla y hoy nos sentimos inmunizados contra muchas estupideces. Por ejemplo, cuesta creer que haya individuos de aparente buena salud mental convencidos de que el coronavirus no existe o que fue creado en un laboratorio con la única pretensión de hacer dinero con el miedo y con las vacunas. Tampoco es fácil tragarse la píldora según la cual el planeta no es redondo sino plano y muy parecido a nuestra Tierra de Campos.

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Sin embargo, creo que en esta ocasión se han juntado, al menos, dos confabulaciones a la vez: por un lado, la que asegura que son los fabricantes de lejía quienes han infectado el aire para hacer caja; y por otro la diseñada por Auvasa para cobrar el billete ordinario por anticipado y antes de subir al autobús.

Ya sé que, aparentemente, son cosas menores, pero cuando lo dice tanta gente algo tiene que haber…

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