La contrarrevolución conservadora
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«En estos momentos echamos de menos una derecha capacitada y cooperadora, si queremos que España avance hacia la estabilidad y la normalidad democrática»En reciente conversación con un entrañable amigo profesionalmente reconocido y apreciado, con amplia experiencia política, expresaba su preocupación, más allá de la orientación partidaria, por el cariz que está tomando el debate político; así me señalaba: «Yo creo que los dirigentes del Partido Popular tienen ... una estrategia de oposición equivocada, no tienen rumbo y se inspiran en lo que les susurra Aznar». Manifestamos nuestra convicción de que, desde la política siempre hay que actuar en positivo y hacer pedagogía. Hay que buscar el entendimiento, el dialogo con todos, la convivencia, el consenso y desterrar el odio. Precisamente todo lo contrario de lo que se puede esperar de la persona aludida.
Por mucho que se afane la derecha y la ultraderecha, que no representan a la mayoría, ni a los valores de nuestra comunidad democrática, por muchos esfuerzos que realicen y aunque para ello se organicen estratégicamente utilizando la intoxicación, la calumnia y la mentira deliberada; estas formaciones y sus adláteres que intentan embarrar el terreno de la política; aun así, no conseguirán desviar los intereses y los objetivos de la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Es verdad que a su favor cuentan con la indiferencia y en algunos casos con la equidistancia, y el desapego, aunque también con el juego indecoroso y la cooperación del desprestigio de la política. También con la utilización de la crispación que algunos grupos sociales y personas tratan de introducir en el debate político e institucional, con la pretensión de que se extienda en el conjunto de la sociedad y pueda acabar en el radicalismo sobre todo en los votantes de las derechas, como lo está demostrando el Partido Popular y lo que perdura de Ciudadanos.
No obstante, es posible que el peor enemigo de la verdad y de la democracia es la indolencia y cierta equidistancia, aunque haya quien está en desacuerdo entre la equidistancia y la indiferencia productiva. Lo cierto es que el cinismo es un instrumento cotidiano que adquiere su plena eficacia si consigue apoyarse en dos soportes: el odio y la violencia, en ocasiones, con orígenes personales y mezquinos.
Sin duda, la discrepancia y el conflicto son elementos esenciales de la política democrática. Lo que diferencia a los populistas de los demócratas es, entre otras cosas, la manera de entender la confrontación, y de aceptar o no al adversario. El populismo crea un discurso que disfraza los verdaderos problemas y designa al otro como enemigo. Por el contrario, la política democrática conlleva una actitud constructiva y cooperadora en la búsqueda del bien común. Porque en la medida que no se confía en las instituciones, ya no hay respeto para la convivencia ni tolerancia para el desistimiento.
El retorno de la ultraderecha, ha traído consigo el auge del nacionalismo, siendo una de sus consecuencias inevitables la llamada contrarrevolución conservadora. Y el nuevo populismo.
Precisamente es por lo que en estos momentos echamos de menos una derecha capacitada y cooperadora, si queremos que España avance hacia la estabilidad y la normalidad democrática, consolidando una sociedad más justa y moderna.
No tengo ningún inconveniente, ni reserva mental, en reconocer que dentro de la derecha hay sectores que estarían dispuesto a cooperar desde una posición democrática y liberal, como lo hicieron en otras ocasiones contribuyendo a la normalización y modernización de nuestro País. Po ejemplo, durante la transición de la dictadura a la democracia.
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