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Contigo, cebolla
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Atrás quedaron los tiempos de los egipcios, cuando el pan y la cebolla eran el alimento de los más pobres. De ahí la popular frase. Ahora, sin embargo, el pan va camino de convertirse en un artículo de lujoSecciones
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Atrás quedaron los tiempos de los egipcios, cuando el pan y la cebolla eran el alimento de los más pobres. De ahí la popular frase. Ahora, sin embargo, el pan va camino de convertirse en un artículo de lujoContigo pan y cebolla'. Pero eso era antes. Hoy, ya no queda pan. La mayoría de artesanos del sector de las panaderías creen que no superarán el recién estrenado 2023. Hay actividades empresariales para las que el paso de las hojas del calendario solo conlleva ... malas noticias. Y esta, es una de ellas. Da igual las medidas del Gobierno, o que se pidan con fe infinita milagros a Lourdes, en esa singular mezcla de harina y agua la ecuación no acaba de cuadrar.
Atrás quedaron los tiempos de los egipcios, cuando el pan y la cebolla eran el alimento de los más pobres. De ahí la popular frase. Ahora, sin embargo, el pan va camino de convertirse en un artículo de lujo.
La queja sectorial no es ajena a la de otros. La crisis, la de Ucrania, la de la inflación, la de los costes generales, la de los intereses bancarios, ha afectado de forma directa a los productos más básicos. Y el pan, el de cada día, está hoy más afectado que nunca.
Aseguran los empresarios que, salvo en la producción industrial, la de aquellos que viven el oficio tal cual fue heredado de sus padres y sus abuelos, está condenada a la extinción.
Con los costes de producción no energéticos disparados en un 60% y con el coste de la energía un 250% más caro vender una barra de pan, «simplemente no compensa».
'Ni mesa sin pan, ni ejército sin capitán'. También dice el refranero. Pues el pan no parece que esté mucho tiempo sobre la mesa. Mantienen los productores que hoy vender una barra de este producto ha dejado de ser rentable. Además se trata de un elemento de primera necesidad y, por lo tanto, aplicar incrementos desmesurados no tendría sentido.
En el pueblo de Oteruelo, a un paso de León capital, Juliana y Dionisio, tenían un horno con ladrillo reflectante y barro.
Ambos cortaban la leña seca de las arboledas próximas y, con paciencia, hacían pan para medio pueblo. Se elaboraba una vez a la semana y por entonces los convecinos entregaban trigo molido para poder llevarse una hogaza que durara siete días. Eran enormes, aseguran en la familia.
En aquellos tiempos de la posguerra los milagros se sucedían cada día, y el pan (el nuestro, el de cada día) se mostraba como una hermosa mezcla de sacrificio y generosidad.
Y así, había días en los que todo el pueblo desprendía un olor a pan recién horneado. Tan singular era el aroma que entraba por las ventanas y recorría los pasillos advirtiendo de que, pese a todas las malas noticias del momento, siempre había un buen trozo de pan para llevarse a la boca.
Hoy, aunque cueste entenderlo, hay panaderos que siguen la estela de aquel sentimiento que unía a Juliana y Dionisio frente a la bóveda del horno y les animaba a abrir la pequeña puerta metálica. «Hay panes que hacemos aun perdiendo dinero porque sabemos que sin el pan no se puede vivir», remarcan en la actualidad. Panes que llegan a las estanterías mientras sus creadores ven cómo la cuenta del negocio mantiene una visible curva descendente.
Y pese a todo, el sector, que emplea en toda la comunidad a cerca de 10.000 personas, no cuenta con ayudas directas específicas que alivien su carga.
'Con pan y vino se hace el camino', mantiene otro refrán. Batiendo ese mismo refranero y eliminando el pan de la ecuación quedaría una leyenda final extraordinaria: 'Cebolla y vino, lo mejor para el camino'. No es lo mismo, desde luego.
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