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En la entrega de los premios Vocento, la cineasta Isabel Coixet contó que una admiradora le habia legado una caja llena de trocitos de ella; recortes de periódicos, fotos, un collar de perlas… Me quedé fascinada por aquel hecho sobre el que ella pasó de ... puntillas, como si temiera cometer una indiscreción a esa conmovedora intimidad que se comparte con quien no se conoce y que sin embargo se sabe que está ahí.
Estos días ando presentando y promocionando mi última novela, 'La frontera lleva su nombre', y en ocasiones uno de mis lectores se acerca para que se la firme. Mientras garabateo una dedicatoria cercana, les miro a los ojos y ellos, bajando la voz, me dicen que me leen en este periódico. Les doy las gracias y oculto que, en ese preciso momento, me recorre una sacudida de responsabilidad al darme de bruces con la consciencia de que al otro lado de esta página, y en este preciso momento, alguien está leyendo mis palabras sentado en la mesa de su cocina, recostada en su sofá o descansando en su cama.
La interacción de la tecnología, por muy potente e inmediata que sea, no mueve las mismas emociones que la mirada que nos cruzamos. En ese instante soy capaz de levantar un territorio, una vida, una costumbre de la que no debo olvidar que formo parte.
También suele sucederme en esos encuentros que la periodista opinadora, igual que le pasa a Isabel Coixet, busca la vida secreta de las palabras y manda a tomar el aire a esa inercia de hablar o escribir de la dinámica política de este país o el vecino. Me digo que pierdo el tiempo mentando a estos padres de la patria que nos dejaron huérfanos hace tiempo, empleando la ironía para no decir una barbaridad y tratando de ser objetiva con algo tan difícil como es la mediocridad. Yo no sé si fue antes el huevo o la gallina, nunca he acabado de entenderlo, pero me pregunto si fui periodista antes de escritora, o simplemente soy las dos cosas a la vez. Estos dos oficios de mi vida se alejan y se acercan cuando me empeño en levantar fronteras, pero el territorio sobre el que se asienta mi profesión siempre es el mismo: la vida.
Probablemente esta generación de escritores entre la que me encuentro sea la primera que tiene un contacto estrecho con sus lectores en las ferias del libro, las presentaciones o los encuentros literarios. La realidad y la ficción por fin juntas y al alcance de la mano. Mis lectores me acompañan, sostienen el arrojo o la tibieza de las palabras que escribo, buscan las gafas los viernes y se detienen en mi columna, pasan un rato a solas conmigo, se ríen, se indignan, no están de acuerdo, o sí. El contacto con mis lectores...
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