Si ya no lo fuera después de haber resultado elegido secretario general del Partido Comunista Chino, de nuevo Xi Jinping se ha convertido en el hombre más poderoso de su país. Hay quien dice (1.400 millones de chinos, cuando menos) que del mundo. Como ... un solo cuerpo, después de contar los votos (todos a favor, ninguno en contra), los 2.952 hombres y mujeres que componen la Asamblea Nacional Popular se pusieron en pie ayer para aplaudir al hijo del compañero de armas de Mao, en la proclamación de su tercer mandato presidencial. El símbolo de esta nueva China que le habla a Estados Unidos con la misma condescendencia que lo hacía en los tiempos del padre de la patria, pero acaso con mayor firmeza. Lo último, a medio camino entre la metáfora y el aviso para navegantes: «Si Estados Unidos no pisa el freno y continúa acelerando por el camino equivocado, ninguna cantidad de barreras puede evitar el descarrilamiento, que se convertirá en conflicto y confrontación». No hace falta quedarse mucho rato comparando las fotos Nixon-Mao y Xi-Biden para darnos cuenta de cómo las tortillas del mundo han ido dando la vuelta desde 1972.
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El que no parece muy inclinado estos días a hacerse fotos, ni con rivales ni con enemigos, es el presidente de otra 'gran' potencia. No me refiero a ese Hitler de baja intensidad que conocemos con el nombre de Vladimir Putin, sino más bien a nuestro bienamado líder nacional, que sigue empeñado en asegurar que nos hacemos cada día más grandes, más fuertes y más patrióticos, según las grandes empresas renuncian a instalarse o a permanecer en suelo español. Se diría que aquí hay menos fervor. Y menos unanimidad. No es de extrañar. El lío sobre las leyes de control (es la palabra más fina que he encontrado) sexual de la población es inmenso. Y lleva camino de convertirse en conflicto y confrontación más serios que los de los chinos con los norteamericanos.
A nadie parecen importarle un pito las maniobras de distracción de Escrivá con las pensiones o de Sánchez (la otra Sánchez, Raquel) con la vivienda. Como a nadie le importan, definitivamente, los problemas de las familias con las hipotecas ni de las pequeñas y medianas empresas con los préstamos, en el peor momento del ciclo crediticio desde hace diez años. Ante la caída de la demanda, los trabajadores de Michelin verán cómo caen también sus sueldos, al mismo ritmo que suben los precios de la cesta de la compra. Y hasta la UGT empieza a pensar que habrá que retirar el desempleo a aquellos desempleados que no se empleen cuando se lo diga su oficina de colocación. Todo, mientras las lumbreras de Occidente siguen pensando que a la inflación se la combate con subidas de tipos de interés, como en los tiempos de Adam Smith. Sólo el desastre les detendrá, si no lo hace antes Ramón Tamames, cuando sea presidente de España, tras la moción de censura, y se ría de Christine Lagarde y de Janet Yellen, las dos juntas… antes de caerse de la cama al despertar.
El mundo se mueve. Y a veces uno tiene la sensación de que España se mueve a contramundo. Entre el consentimiento, la transexualidad, el sí es sí o el no es no de España, en Ámsterdam se anuncia la próxima creación de un gran centro de ocio, arte, cultura y gastronomía que dará empleo a más de cien «trabajadoras sexuales». Más conflictos y confrontaciones. Nada que ver con la sordidez kitsch de los escaparates del barrio rojo de la capital de la Europa flipada. Y mucho menos con los neones en la noche de las carreteras secundarias de Castilla y León. Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan, en el más triste y doloroso retroceso (o mutación o mutilación) del feminismo (del humanismo) que recuerda nuestra memoria.
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