Confinamiento político

La densidad de población y la movilidad están jugando a favor del virus. Nadie debería rasgarse las vestiduras o sentirse señalado por el simple hecho de que Madrid nos conecta a todos, para lo bueno y para lo malo. La cronología de la pandemia ha dibujado al otro lado de la frontera autonómica una presidenta caprichosa y rebelde que no acepta señalamientos ni órdenes de recogimiento.

Díaz Ayuso no quiere ni oír hablar de cerrojazos, quiere preservar la normalidad en un contexto anormal. Bien es cierto que la economía no podría permitirse una nueva hibernación, pero de ahí a declarar la guerra en plena crisis... Así, hemos asistido a una peligrosa batalla de egos. El cuerpo a cuerpo entre Illa y Ayuso ha desviado la atención de lo que acontece: la infección nos está ganando por goleada y además corremos el riesgo de morir por inanición. Solo en la primera semana del estado de alarma el PIB nacional se desplomó el 3%.

Los 100 días de severo confinamiento han dejado maltrecha a la economía y dicen los expertos que tardaremos una década en volver a levantar cabeza. A mi me tranquilizan los expertos al mismo nivel que me crispan los inexpertos. Si Castilla y León, que cuenta con un séquito de profesionales muy cualificados, defiende unos criterios homogéneos para poder restringir, ¿quién soy yo para cuestionarlo? No estamos hablando de uno o dos casos aislados. Hay que actuar y eso pasa por limitar y quién sabe si decretar el confinamiento político.