Ayer, víspera del encuentro entre el Papa de Roma y la vicepresidenta segunda del Gobierno de España, la secretaria de información del PP de Madrid brindó al mundo su diagnóstico geopolítico: «Cumbre comunista». Lo dijo en Twitter, ese mentidero virtual al que van a parar ... algunas ideas urgentes que ni siquiera parecen ideas, por mucho que quien las exprese esté convencido de contribuir al desarrollo del pensamiento contemporáneo, entre otras razones porque quien proclama una necedad no se tiene por necio, sino por lumbrera. Y se dice uno: «Si esta señora es la secretaria de información, más vale no imaginar cómo será la secretaria de desinformación».

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Esto no pasaría de anécdota banal si no fuese un síntoma del estado moral de buena parte de nuestra clase política, en el caso de que hablar de política y de banalidad no sea a menudo una redundancia y en el caso de que exigir moralidad a la política no sea, al menos de entrada, una ingenuidad. Un síntoma, en fin, de una patología cívica de mal pronóstico: confundir la realidad colectiva con el potaje mental privado.

Suponer comunista al Papa es, por sí mismo, un disparate cómico, como lo sería el suponer que una mandataria comunista es católica porque se entrevista con el Papa, a quien, por ese procedimiento lógico, cabría presumir indigenista si se reúne con un líder indígena, musulmán si se reúne con un ayatolá chiíta o extraterrestre si manda un mensaje a los astronautas de la Estación Espacial Internacional.

Aparte de otras consideraciones, lo que más sorprende de este gracioso asunto es que un cargo político del PP, partido que se declara defensor del credo católico, le plante cara al Papa y lo considere poco menos que el Antipapa: un agente comunista infiltrado en el Vaticano para imponer la dictadura del proletario ateo en el orbe de la cristiandad. Entiende uno que si una persona prospera a lo grande en esta vida y alcanza la categoría de secretaria de información del PP de Madrid, está por encima no ya de los dogmas de la Iglesia, sino incluso por encima del Sumo Pontífice como guía espiritual, y más aún si tiene constancia de que el Pontífice en cuestión es un marxista con sotana y solideo.

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Pero me atrevería a recomendarle prudencia de cara a la ultravida, porque ahí está la amenaza del Infierno, o como poco del Purgatorio, lugares en los que cualquiera puede acabar si se le calienta la boca en Twitter, que oficialmente es un invento humano, pero que oficiosamente es una empresa promovida por el Demonio en persona. Condenar tu alma por un tuit es un acto de valentía y coraje, de acuerdo, pero quizá también una tontería. Visto lo visto, en fin, casi mejor poner una foto del gato.

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