Comunicas, luego existes
«Internet, la red de redes, supuso un antes y un después, la democratización de la cultura, pero también, el peligro de la desinformación»
Carmen Molinos
Domingo, 2 de febrero 2020, 08:21
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Carmen Molinos
Domingo, 2 de febrero 2020, 08:21
El filósofo francés René Descartes hablaba de pensamiento, «cogito ergo sum», «pienso luego existo». Pero, ¿qué es el pensamiento si no una forma más de comunicación? Quizá, la más importante, la que le da sentido al resto, la comunicación con uno mismo. Todo en esta ... vida es comunicación. Comunicamos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, incluso cuando soñamos estamos comunicando. Palabras, gestos, imágenes, movimientos, nuestra forma de vestir, hasta nuestros silencios, comunican, ¿hay algo más elocuente que un silencio prolongado? «Quien calla, otorga», solemos decir. Y, sin embargo, ¡qué poca importancia le damos! Quizá, porque entendemos que cualquier persona, por el mero hecho de serlo, sabe comunicar.
Pero la comunicación es mucho más que unas cuantas palabras hilvanadas, es el arte de contar historias y dominarlo requiere de práctica y ejercicio diario. Al igual que un médico se prepara para atender a un paciente o un arquitecto para diseñar un edificio sin que se le desmorone en el proceso constructivo, los periodistas se forman para transmitir historias e informaciones con rigor, con criterio. Adquieren nociones técnicas, sí, pero también, un compromiso ético, que les obliga a informar con veracidad, a contrastar y a investigar, a distinguir la mera información de la opinión, la noticia de la propaganda o la publicidad.
Es difícil ser experto, porque pocas disciplinas han evolucionado tanto en tan poco tiempo como la comunicación. Hasta el siglo XV los libros eran artículos de lujo, se difundían copias manuscritas por amanuenses y, aunque las crónicas y la transmisión de hechos singulares han existido siempre, los primeros periódicos se remontan al siglo XVII, para escuchar la radio esperamos al XIX y para ver la televisión al XX. Internet, la red de redes, supuso un antes y un después, la democratización de la cultura, pero también, el peligro de la desinformación, acrecentado, en las últimas décadas, por la aparición de las redes sociales, que ha supuesto, qué duda cabe, una auténtica revolución. Hoy, cualquier persona, desde cualquier lugar del mundo puede transmitir una información sirviéndose de su teléfono móvil, 'smart phone', tecnología inteligente, destinada a hacer nuestro día a día más fácil.
Facilita, sí, pero también complica, tantos canales, tantos mensajes, todos podemos ser emisores y, al final, cualquiera puede perderse en esta vorágine de información sin filtro y sin control. Proliferan las 'fakes news', noticias falsas, porque no hay tiempo para contrastar ni para controlar mínimamente las publicaciones. Como se piensa que cualquiera puede comunicar, el ejercicio del periodismo se ha desvirtuado, los medios no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos, ofreciendo al público, a la sociedad, un valor añadido: el de sus profesionales.
Primamos la cantidad, la oportunidad, la rapidez o las ventas, sobre la calidad. Hemos caído en el 'mejor comunicar primero que comunicar bien' hasta llegar a presidentes que transmiten importantes mensajes a la nación vía Twitter, resumiéndolos en apenas 240 caracteres, quizá, para no dar demasiadas explicaciones; adolescentes que se convierten en prescriptores o 'influencers', nutriendo sus canales Youtube con lecciones de moda o expertos en casi cualquier cosa de dudoso currículum que pregonan sus bondades y sus conocimientos a diestro y siniestro sin pararse demasiado a pensar en las consecuencias de sus mensajes.
En este mundo loco que nos ha tocado vivir, conviene volver a Descartes e imprimir un poco de cordura a nuestra comunicación. Pensar antes de hablar, considerar no solo el mensaje, sino también su oportunidad e idoneidad, valorar los canales para transmitirlo y ser conscientes de que, aunque todos podamos comunicar, no todo vale ni todo suma. Una exclusiva puede granjearnos un buen puñado de seguidores un día, pero no nos engañemos, una cosa es llegar a la cima y otra muy distinta mantenerse en ella. Triunfan quienes comunican desde la profesionalidad, con calidad, con transparencia, con rigor en los mensajes, quienes son capaces de ponerse al otro lado, el de quien escucha, para conectar o enganchar. Llegan, calan, en definitiva, quienes saben cómo construir una historia que no haga pensar a quien la escuche, como diría Groucho Marx, aquello de «¡paren el mundo que yo me bajo!».
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