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Hace quince años escribí en la prensa que conmemorar los Comuneros nos enseñaba valores históricos, cívicos y libres, para ser castellanos y leoneses demócratas y participativos. El año pasado lamenté que por la pandemia estuvieran confinados. Hoy recuerdo que los Comuneros han sido contagiados por ... las interpretaciones de los políticos cuando los conmemoran. Porque el poder, cuando rememora, contamina la información histórica para que hable a su favor.
Varios historiadores han investigado el origen y desarrollo de las Comunidades de Castilla, pero su legado queda en las bibliotecas y no salta a la calle. Reflexionaré aquí sobre la imagen comunera elaborada por conmemoraciones políticas desde 1821 hasta 2021. Porque la sociedad asimila mejor ésta que la investigada por los historiadores.
No sólo los independentistas, todos los políticos retroproyectan sus valores en las figuras históricas elegidas para conmemorar. Luego los transmiten en publicaciones, exposiciones y eventos de sociabilidad y pedagogía para crear sentimientos de pertenencia colectiva e incentivar el apoyo ciudadano a su proyecto.
Los políticos usan nombres y símbolos comuneros como junta, comunidad, cortes, concejos, castillos, leones, pendón, Villalar, etc. Aplican a Padilla, Bravo y Maldonado simbolismos, exaltaciones y heroísmos que no están basados en los hechos de 1521, sino en apologías encargadas para apoyar la causa regionalista.
Estos sucesivos usos políticos definieron a los Comuneros como autonomistas, progresistas, demócratas, constitucionalistas, defensores de la separación de poderes, comunales, parlamentarios soberanos, igualitarios, castellanistas y republicanos. Cada poder divulgó al comunero a su gusto, creó mensajes e instituciones que los dibujaban a su medida. Así, trenzados con estos mimbres y contagiados con esos valores, se los han enseñado al pueblo.
Los Austrias de los siglos XVI y XVII los despreciaron como meros rebeldes fiscales medievales, enemigos de la incipiente globalización cultural, religiosa y política del nuevo mundo. Condenaron a los mercaderes castellanos levantados contra los cargos e impuestos de Flandes por no ayudar a Carlos V a superar la disensión de Juana la Loca, el acoso del Imperio turco, la ruptura luterana y las guerras de religión.
Por el contrario, desde 1808, los intelectuales y políticos de los Borbones construyeron la imagen romántica, positiva y heroica de los Comuneros. Lo hicieron los guerrilleros en 1808, liberales gaditanos, masones comuneros, románticos pintando cuadros míticos donde aparecen como mártires, radicales gritando ¡Viva la Pepa! y el Empecinado en 1821. Luego los revolucionarios de setiembre en 1868, federales y cantonalistas en 1871 incluyeron el carmesí del pendón en la bandera republicana y firmaron el Pacto Federal Castellano con la sangre de los Padillas, Bravos y Maldonados corriendo por sus venas para garantizar el éxito demócrata.
La generación del 98 y los regeneracionistas castellanos exaltaron a Castilla y los Comuneros como germen de las esencias españolas. Enseguida, los regionalistas se legitimaron con el mito comunero, lo incluyeron en el proyecto de Mancomunidad de 1914 y lo cantaron con veneración en el IV Centenario de 1921. El regionalismo sano españolista, en contra de Cataluña, construyó el edificio castellano otra vez con Comuneros, Villalar y la lengua imperial. Aunque se frustró el proyecto de Estatuto de Autonomía de Castilla en 1936 por la guerra civil, el espíritu comunero aún revivió en algunos movimientos anarquistas radicales.
Volvieron a cantarlos los autonomistas en la Transición, desde la Preautonomía de 1978 hasta la proclamación del Estatuto de Castilla y León en 1983. Lo culminó en 1986 el PSOE al subir al altar regional a los Comuneros y fijar la fecha de Villalar como fiesta de Castilla y León. Desde entonces, al preferir la identidad a la solidaridad, tiñeron a los Comuneros de republicanos e izquierdistas.
Más tarde, en 2003, se creó la Fundación Villalar para promover el sentimiento de pertenencia a la comunidad de Castilla y León, que funcionó como un laboratorio político para crear cultura identitaria y doctrina regionalista, hasta que la crítica lo cambió de nombre en 2020.
La propaganda del V Centenario de 2021 ha llegado a decir que los Comuneros crearon una constitución democrática y defendieron la separación de poderes. Nos parece anacrónico atribuirles valores desconocidos en 1521.
Convirtieron la campa de Villalar de los Comuneros en un lugar de memoria regional no exento de divergencias. Desde 1983, ha promovido una fiesta de socialización política, ritual de creencias históricas, pedagogía de mensajes regionales y veneración a los santos Comuneros en el altar del monolito. No es tan distinto de Montserrat. Tiene tintes de devoción castellana, verbena política, romería de cánticos, bailes regionales, productos, tortillas, pancartas, reivindicaciones y mítines. Un escaparate político donde proliferan alegatos para fervientes castellanistas, manifestaciones de protesta y reclamaciones de provincias y sectores excluidos.
Allí se estimulan emociones, sentimientos de amor a Castilla, complicidades políticas, en una especie de ritual público que busca adhesiones masivas y las transmite a los jóvenes. Algunos llevan a los niños para que en esta excursión política, desde pequeños, se entusiasmen por su tierra, reconozcan sus símbolos y lo graben en su memoria infantil. Es un rito político para valorar in situ la tierra comunera, pisar el escenario de la derrota que consagró a los héroes y venerar el suelo donde murieron los mártires de Castilla.
Pero los historiadores de las Comunidades en el XVI no hablan de estos valores. Analizan cómo el conflicto comunero enfrentó poderes divergentes, tensión dinástica, crecidos impuestos, guerras de religión, ruptura luterana, presión turca, crisis de mercado medieval y desequilibrios territoriales. Pero ninguno demuestra que los Comuneros practicaran democracia, constitución, soberanía nacional, autonomía, regionalismo, izquierda, separación de poderes, sumisión de la monarquía, república o feminismo, como nos han hecho creer sucesivas conmemoraciones.
Contra este interesado virus de valores con que los políticos suelen infectar sus referentes históricos aún no se ha inventado una vacuna. Es más, nunca se podrá conseguir, porque forma parte del poder contagiar su alrededor para sobrevivir. El poder necesita y usará siempre la historia como una fuente de legitimidad importante.
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