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Reblandecida nuestra imaginación con tanta y tan fatigosa liturgia para buscar un regalo, el envío de una carta o una llamada de teléfono, Internet ha puesto los mayores almacenes y servicios de mensajería del globo terráqueo. Los amigos de Facebook te felicitan en cascada, para ... acentuar la falsa realidad de tu protagonismo, y las páginas de envío de regalos se ponen al servicio de los que por abandono, temor o aislamiento no ejercen ese placer de pasear por las calles, mirar las vitrinas y elegir un objeto que creemos hará feliz a quien amamos.

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Las flores que te sorprendían y emocionaban al abrir la puerta han sido sustituidas por un viaje en globo, el bono para el spa, el desayuno ibérico o un señor, pobrecito mío, que llama a tu puerta vestido de supuesto romántico para recitarte un poema de dudosa intención. Antes, las pastelerías repartían docenas de pasteles para hacer partícipe a los amigos de la ventura de una boda o un nacimiento, y recuerdo a mi madre correr a mirar la tarjetita para ver quién la había considerado merecedora de un abrazo dulce. Pero el azúcar está casi prohibido y la buena repostería es difícil de encontrar además de carísima, o en su defecto tan recargada de impuestos como las mascarillas.

En mi reciente cumpleaños he comprobado que el camino a la imaginación, ese preciado pasaporte al paraíso que el ser humano posee, ha cambiado de ruta o está a punto de agostarse. No pasea por las calles del pueblo, pues la quimera del deseo de ser único en medio de tanta uniformidad ha encontrado su nicho en las páginas que ofertan inimaginables regalos de cumpleaños o efemérides diversas. Los programadores facilitan la elección con departamentos tales como: padre, madre, abuelo, tío, mejor amigo, pareja, enamorado, romántico, elegante, gourmet, nostálgico, divertido, maniático, higiénico…

La lista es interminable y quien cae en una página de estas pensando en ti va a encasillarte en alguna de las sugerencias inevitablemente. En mi cumpleaños alguien me regaló un periódico del día en que nací con un certificado de autenticidad en una carpeta de tapa dura y cubiertas de polipiel personalizada. Reconozco que me impactó algo más que el atrapasueños que una de mis amigas, infatigablemente esotérica, me trajo junto a una botella de buen vino. Yo no sabía que existía semejante cosa, quizás de haberlo sabido me habría ahorrado las paladas de voluntad que he tenido que emplear para acercarme a rozarlos. Yo mis regalos los compro desactivando el tiempo, por mis calles, mandando flores, en los pequeños comercios, valorando, cada día más, las calles de mi pueblo.

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