Comportarse como César Sanz

Pero si vas a hacer como César Sanz, y no me refiero a que deba rondarte la descabellada idea de fundar y mantener un sello editorial consagrado a la colección cuidadosa de libros de poesía y narrativa, sino a que en el silente y fértil mantillo de tus pensamientos eche raíces cualquier otra peregrina ocurrencia de similar jaez, necesitarás mucha serenidad y desapego, mucho amor, mucha paciencia, mucho temple y filantropía, mucho respeto y equilibrio, mucha determinación, mucha curiosidad, mucha educación y un amigo con iguales defectos que los tuyos, como Gabriel Candau (si no lo tienes, hazte con uno de inmediato) con quien empezar a pisar charcos hasta salpicar a los viandantes vestidos de domingo y a hozar en barrizales sin fondo ni vergüenza.

Luego tira piedras tan alto y lejos como puedas. Solo o en pandilla. Hasta que te duela el brazo, hasta que te grite por el patio una indignada comunidad de propietarios, hasta que, en consecuencia presumible de tus actos, debas afrontar el pago de todos los cristales que hayas sido capaz de romper y ahorres lo suficiente para hacer añicos de buena gana algunos más. Porque eso es y supone a la postre cada libro editado por Difácil: una pedrada contra las ventanas cerradas que hay en el mundo, un cantazo a los cristales que aíslan de la intemperie, lograr que el vecindario se asome y sienta al fin en el rostro la caricia de alguno de esos cabellos enhebrados por la brisa que serpentean invisibles al otro lado de sus ventanales; con ira o con asombro, con miedo o con curiosidad. Eso ya es asunto de cada cual.

La pedradas de Difácil están cuidadosamente compiladas en un orgulloso catálogo de travesuras memorables. Veinticinco años de gamberradas urdidas y trabajadas, no sin sufrimiento; buscadas con esmero y meticulosamente seleccionadas, corregidas, ajustadas y difundidas. Entre todas ellas, en veinticinco años, no han dejado una sola cristalera intacta en este patio adusto de vecinos que dice amar los libros y las lecturas. Alguno habrá que haya decidido mantener su ventana abierta. Alguno habrá que se haya bajado al patio para gozar de la travesura urdida en López Gómez, donde se asienta la sede diminuta de una editorial enorme.

Pero si quieres comportarte como César Sanz, después de todo y allá tú, no olvides que su hazaña no se debe a los cristales rotos sino a las piedras que ha sido capaz de escoger para ser lanzadas por su forma perfecta y su peso adecuado, por su belleza natural y su personalidad. En veinticinco años de pedradas no ha caído jamás en la tentación de arrojar un solo ladrillo, aunque abunden esparcidos por el patio.

Y si continúas en el empeño, no olvides vestir tu escasez  de austeridad. Convierte las tiritonas del frío en ejercicio físico tonificante, transforma tu insomnio en velada nocturna, tu inquietud en anticipación, tu agotamiento en descanso, tu vejez en sabiduría, tu pasado en un motivo de festejo y, sobre todo, compórtate «bien o mal —como le decía el Lord Byron de Gonzalo Suárez a su hija— pero compórtate». Si lo logras, así pasen veinticinco años y te lo agradezcamos como al editor de Difácil.