Uno de mis amigos más admirados se llama David Fernández, que después de trabajar en El Norte como periodista acabó dedicándose a la enseñanza en Noruega. Siendo plumillas, coincidimos varias veces cubriendo algunos reportajes para medios escritos que se hacían la competencia, sin tener problemas ... para intercambiarnos datos que mejoraban los suyos y los míos, por aquello de que cuatro ojos ven más que dos. Él fue la primera persona de quien me acordé tras leer la noticia del llamado informe PISA, que sitúa a nuestros escolares al mismo nivel de conocimiento que los chicos nórdicos o alemanes.
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No es la primera vez que ese documento que mide el rendimiento académico de alumnos de buena parte de Europa deja en muy buen lugar a los de Castilla y León. Por eso no es de extrañar que la consejera del ramo, doña Rocío Lucas, presumiera del sistema educativo calificándolo como «uno de los más potentes, homogéneos y equitativos» de todo el mundo.
En consecuencia, no hay razones para que ni ella ni los estudiantes padezcan complejo de inferioridad, como tampoco lo tuvo David participando en la redacción, ¡en noruego!, de varios libros de texto sobre la importancia de aprender español. Estoy seguro de que si lee esto se sentirá orgulloso del camino que emprendió hace años, pero yo estaría igual o más satisfecho si algún estamento regional hiciera algo para recuperar a nuestros cerebros.
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