Esta semana, con el caso de los ERE, se ha vuelto a producir un nuevo cortocircuito en ese sentido. Los juicios de valor deberían hundir sus raíces en fundamentos absolutos, no en argucias relativistas o comparativas de saldo. Una cosa está mal o bien, sobre todo y principalmente, por sí misma, porque así lo dicta la moral o la deontología, si hablamos de actuaciones profesionales. Su comparación con otras cosas, mal o bien hechas, es secundaria. Cumple una función pedagógica, pero no epistemológica. No debería afectar al fondo del buen juicio original. De otro modo, caemos en eso que llaman la regla de analogías nazis de Godwin, según la cual a medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno. O sea, que comparando, comparando, comparando, el caso de los ERE de Andalucía, si lo ponemos al lado del holocausto nazi, pues resulta nadería... Que nadie se extrañe: así acabaremos si no cortamos pronto esta deriva.
«¿De qué trata de convencernos, de que la malversación o la prevaricación para conservar el poder durante años es mejor que llevárselo crudo o financiar ilegalmente un partido? Pues depende»
La polarización extrema de las posiciones ideológicas y de partido, su permanente y exagerada expresión a través de canales como las redes digitales, que lo radicalizan todo, que lo despojan de matices, nos han situado ante un debate político de casquería fina –pero casquería– que elude por sistema la valoración en sí de cualquier hecho. Todo es por comparación con, por oposición a, y, por tanto, nada escapa al punto de vista forofo o de parte. Es como enjuiciar un delito sin hechos probados y atendiendo solo a los atenuantes y agravantes. O como presentar una declaración de la renta apuntando exclusivamente las desgravaciones, sin base imponible… El rábano por las hojas, en definitiva. Un ejemplo muy gráfico: seguramente pocas veces se ha escuchado hablar públicamente con tanta insistencia de la corrupción del caso Gürtel como cuando hemos conocido la primera sentencia de los ERE. ¿A nadie le asombra, ni preocupa, esa circunstancia? Algo así debería llevar a nuestra dirigencia política a detenerse y reflexionar, pues, sin restar un ápice de la importancia y gravedad de las causas por corrupción abiertas en el contexto o el mismo núcleo del PP u otros partidos, se hace un flaco favor a la calidad y limpieza intelectual y ética de nuestro debate filtrando un momento crucial de un caso como el de los ERE a través de su comparación con la Gürtel. En algunas crónicas, cosa prodigiosa, ni siquiera se ha mencionado al PSOE, partido involucrado hasta la médula en ese enorme episodio de corrupción. Cuando ahora sale alguien diciendo que nadie se llevó un duro en los ERE... ¿De qué trata de convencernos, de que la malversación o la prevaricación para conservar el poder durante años es mejor que llevárselo crudo o financiar ilegalmente un partido? Pues depende. El PSOE andaluz ha demostrado que el pesebrismo y las redes clientelares tienen unos efectos realmente eficientes, letales para la salud democrática y la pluralidad política de una región. ¿El PSOE no ha aprendido ya qué sucede cuando, como hizo el Partido Popular, se endulza la corrupción?, ¿cuando se apacigua con silencios, atajos, falacias o soberbias?, ¿cuando se le intenta hacer creer a la gente que eso que ve blanco es negro o al revés? ¿Acaso le sirvió al PP frivolizar con la Gürtel comparándola reiteradamente con los ERE? Pues eso.
Las sociedades humanas acaban arruinadas por la corrupción y la corrupción, que se contagia mucho más rápidamente que la belleza o la bondad, se alimenta primero de pequeñas debilidades, de distracciones éticas, luego de despistes, más adelante de negligencias conscientes y, finalmente, de la desaparición de los principios éticos más elementales. Todo es relativo. Y ya sabemos que, si todo vale, no vale nada.
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