En 'El día de la mentira', un peligroso atracador, después de cinco años fugado, se entregó a un policía callejero que, sorprendido, no acertaba ni a ponerle los grilletes. En la comisaría explicó que ya no podía seguir, que estaba física y mentalmente agotado porque la huida lo mantenía en un sobresalto constante, dormía mal, no podía ver a su familia ni entrar en una hamburguesería… Con el tiempo la presión policial se había apaciguado y estaba, como tantos, en el listado de busca y captura, pero cada vez que oía el frenazo de un coche, un portazo o un grito, el pulso se le aceleraba, el corazón amenazaba con salirse, las piernas le temblaban… En una de esas lo pensó y llegó a la conclusión de que era preferible enfrentarse a la realidad penitenciaria que seguir en un deambular que lo asfixiaba. Además, sabía que acabarían deteniéndolo al primer error.

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Viene esto a cuento por la situación, ya sé que diferente, de Puigdemont. Aunque el desdén de Europa hacia las reclamaciones de los tribunales de España le permita salir airoso de las sucesivas detenciones, está condenado, sin juicio previo ni sentencia, a merodear nuestras fronteras, lejos de su entorno, al margen de la familia, sumergido en un enredo permanente y soportando el visiteo esporádico de los que viajan hasta Bélgica para hacerse una foto con él, como el niño que posa con un monillo en la feria. Algún día los zascandiles políticos que hoy le protegen, lo entregarán y pasarán por ventanilla para cobrar la recompensa. Su final es predecible, aun teniendo aliados en el propio Gobierno. Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales, dice que «si Puigdemont vuelve a España no puede ser detenido». El «sanchismo-leninismo» le da la razón a Puigdemont: «España nunca pierde la ocasión para hacer el ridículo».

El golpista y prófugo de la Justicia española, detenido en Cerdeña y puesto en libertad en veinticuatro horas, asegura que «seguiré viajando por Europa» y con el respeto que a España le tienen, es posible que así sea, pero se va a cansar de tanto deambular, mientras en Cataluña su imagen se desvanece y su partido queda relegado al tercer lugar.

¡Que siga en Waterloo y que con su pan se lo coma! Si Bélgica es anodina, oscura y triste, Waterloo, que parece diseñado para el suicidio, es el lugar idóneo para morir de aburrimiento. Sus compañeros de andanzas, Oriol Junqueras, Jordi Cuixart, Carles Mundó… lo han pasado mejor en las cárceles españolas que él jugando a no se sabe qué en Waterloo.

«Como te veo, me vi y como me ves, pronto te verás», susurró una calavera al que, entre risas, la señalaba porque le faltaba un diente. Esa Europa que se cachondea de España y hace mofa de nuestra Justicia, pronto expiará el error de acoger a golpistas, aunque desde dentro estamos haciéndole guiños de complicidad para que el cachondeo se perpetúe, con un Gobierno que «entiende» al huido mientras que la Justicia lo reclama. Ahora, la portavoz del partido del prófugo exige al presidente del Gobierno que le dé explicaciones sobre el papel que la Policía y el Centro Nacional de Inteligencia jugaron en la detención de Puigdemont. Seguro que el Gobierno da explicaciones y no hay que descartar que pida perdón por el contratiempo que esto le ha supuesto a Puigdemont. Ni que lo pague a buen precio.

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