Virginia Carrasco

Del colchón a la nube

«La digitalización no ha de ser sólo una ventaja productiva para la gestión de la banca, debe ser también un camino de acceso fácil e igual para los clientes que necesitan aplicaciones informáticas amables, accesibles, eficientes y humanas»

Pedro Carasa

Valladolid

Domingo, 27 de febrero 2022, 00:48

Antes, entrabas en el banco y salían a recibirte. Hola, Carlos ¿cómo estás? Me alegra volver a verte. El domingo saludé a tu hija en la plaza y vi a tu nieto muy crecido. ¿Cómo va la próstata, todo bien? Ya ha entrado tu dividendo ... de Telefónica. Siéntate, que charlamos un rato. Dame el abrigo. Tenemos un obsequio para ti.

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Ahora llegas temeroso, haces cola en la calle, guardas turno, peleas con una pantalla, te dan un número, buscas una silla libre, pasas tiempo, no sabes con quién hablarás, aparece tu número y buscas tu celda asignada. Indignado y nervioso dudas si resolverás tu problema. No tienes billetes ni banquero. Te pierdes al ver que tu dinero saltó del colchón a la nube.

La historia de la moneda y de la banca enseña que nacieron para dar respuesta a las necesidades personales, familiares y sociales de sobrevivir, producir e intercambiar medios de subsistencia, es decir, como un servicio a la sociedad.

La moneda pasó del trueque inicial al metal precioso, luego al billete fiduciario de papel, después a las tarjetas de plástico y ahora comienza la transición financiera que hará desaparecer el dinero y lo convertirá en pura divisa digital.

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La banca se gestó despacio desde el siglo XV. Las Arcas de Misericordia y los Pósitos evolucionaron hacia los Bancos Agrícolas para prestar grano de pan y semilla, que más tarde se convertirían en Cajas Rurales o cooperativas de crédito en el campo. Los viejos Montes de Piedad del siglo XVIII pasaron en el XIX a ser Cajas de Ahorros benéficas y familiares dedicadas a enseñar la virtud del ahorro, la morigeración y el aprecio de la propiedad. Todos nacieron enraizados abajo, en las necesidades sociales.

En 1782 nació el Banco de San Carlos, luego el Banco de San Fernando y después el Banco de Isabel II. En 1856 surge el Banco de España, instrumento del Estado para emitir moneda y gestionar la hacienda nacional. A mediados del XIX emergieron varios bancos privados como empresas de emisión, crédito, imposición e inversión, creados por la burguesía profesional, industrial, comercial y colonial.

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Sufrieron muchos y largos procesos de competencia y concentración. Fueron graves los errores especulativos de la burbuja inmobiliaria de 2008, cuando recibieron 35000 millones de dinero público, aun no recuperado, para protegerlos como un bien esencial para la economía del país. Hoy, unidos a los mercados globales, inician la transición técnica digital que transforma la naturaleza del dinero, digitaliza la moneda e informatiza los bancos.

Mucho cambio en poco tiempo. Vivimos una rápida transición del billete manido y del banco cordial a las empresas digitales globalizadas. En estos tránsitos sufren grave exclusión los ajenos a las nuevas técnicas, aislados en espacios sin red, privados de trato personal y anclados al viejo dinero.

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Los 600.000 firmantes de Carlos San Juan, que no son idiotas, sino que representan a 10 millones de mayores de 65 años, protestan porque la banca actual excluye a los más vulnerables. Corta el trato directo y presencial, disminuye horarios, cierra sucursales, elimina cajeros, reduce empleados, saca a los clientes de sus centros a esperar de pie en la calle, los gregariza sentados anónimos, con un número en la mano. La digitalización ha roto la comunicación con los clientes, porque el banco no la usa como servicio al cliente, sino como ahorro de gestión.

El 68,4% hogares de mayores de 65 años no tiene conexión digital. Un tercio de sus ciudadanos padece brecha digital

Con ello la banca pierde vista que se debe a toda la sociedad. Todas las personas, empresas e instituciones se ven obligadas a ingresar su dinero en una cuenta imprescindible para cobrar, pagar, prestar, invertir y gestionar su economía. Parlamento, Banco de España, Comisión Nacional de Mercados y Competencia y Sindicatos deberían pedir a la banca que cumpla su función social e impida excluir a los más vulnerables. Necesita dar un trato humano adaptado a las necesidades y capacidades de cada cliente.

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El impositor percibe al banco como un enemigo porque reparte todos sus beneficios a los socios capitalistas y no los invierte en dar un trato digno a los clientes. No entiende que el banco no dé intereses pero los cobre, imponga comisiones y tasas por recibir un dinero del que puede obtener renta. No ve justo que un ciudadano tenga pérdidas sólo por meter o sacar dinero.

La brecha digital de rurales y mayores, agobiados por pines, códigos, hashtag, etiquetas, almohadillas y globos, es una injusta exclusión económica, un darwinismo tecnológico que relega a los más débiles. La digitalización no ha de ser sólo una ventaja productiva para la gestión de la banca, debe ser también un camino de acceso fácil e igual para los clientes que necesitan aplicaciones informáticas amables, accesibles, eficientes y humanas, incluso un asesor gratuito en un tiempo y espacio razonables.

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Aún quedan retos digitales pendientes. España movió en 2016 más dinero con tarjeta de crédito que con metálico sacado del cajero, pero falta aprender a usar el cajero para pagar recibos, impuestos o facturas, hay que sustituir la tarjeta por el móvil, bizum u otras aplicaciones. Hoy solo el 8% del dinero es físico, el 92 % son anotaciones on line, y pronto no habrá más que dígitos contables en la nube. Nos deben enseñar a gestionar todo en la pantalla, sin oficinas bancarias.

En España han desparecido el 50% de oficinas, el 39% de empleados y el 22% de cajeros. En Castilla y León menos del 20% de los municipios tienen puntos de acceso al efectivo. El 68,4% hogares de mayores de 65 años no tiene conexión digital. Un tercio de sus ciudadanos padece brecha digital. Sólo uno de cada cinco municipios de Valladolid tiene servicio financiero. Entre 2008-21, la provincia ha perdido 380 oficinas bancarias y ha echado al 65% de empleados (96000). Los que quedan están descontentos con los despidos y con el distanciamiento del cliente. No es justo que la banca haya ganado 20000 millones en 2021 por recortar servicios, porque no puede ser beneficio lo recortado para no dar servicio.

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Esto no se resuelve con retoques paternalistas, al gusto de los políticos, dando más horas, cajeros o presencias. Es un problema más hondo de dignidad y humanidad. Es preciso un cambio de mentalidad y un compromiso social sostenible, para facilitar la transición digital a los vulnerables y equilibrar en la gestión bancaria su servicio social con su beneficio empresarial.

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