Conozco, de manera bastante cercana, la labor de algunas organizaciones vecinales y sociales que se lo están currando a fondo para aminorar las consecuencias económicas más graves de esta desgracia que nos ha caído encima. Formar parte de las colas del hambre es poner rostro ... a la pobreza extrema que obliga a esperar en la calle a que Cruz Roja, Cáritas o cualquier otro voluntariado dejen en el talego algo para comer.

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Cuando paso cerca de alguna de esas filas tan silenciosas, y tan reales, me estremece pensar lo difícil que debe ser vivir dependiendo de la caridad y teniendo que repetir la escena varias veces al mes porque la pobreza no se resuelve con un kilo de lentejas. Se aminoran los efectos inmediatos, pero la miseria continúa.

Sin embargo, más práctico que dar de comer al hambriento es poner a su alcance formación y medios que le permitan trabajar para lograr por sí mismo el sustento diario, y estoy seguro de que la gran mayoría de quienes las están pasando canutas olvidarían cualquier altruismo si encontraran un empleo que les diera para vivir.

Por eso aplaudo la actividad que revela este reportaje, que nos recuerda aquella frase de Confucio sobre la diferencia que hay entre dar un pez o enseñar a pescar. Los de esta ONG hacen algo parecido pero enviando aperos y un tractor para que los destinatarios aprendan a sacar de la tierra los alimentos que dan de comer sin hacer cola.

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