Una de las personas que más me han marcado en mi vida ha sido Manolo Prado, mi primer director, concretamente en la emisora de Granada.
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A ochocientos kilómetros de casa, con veintitrés años recién cumplidos y sin ninguna obligación, la vida se ve desde otra ... perspectiva y tener un buen jefe, que te cuide, enseñe y oriente, no tiene precio.
Entre las múltiples enseñanzas que se pueden contar, porque otras muchas quedarán como dice la leyenda «en las Vegas», perfectamente se podría componer un libro de estilo.
Tanto si era en una fiesta en un pub de moda, en Fitur o incluso en los toros, siempre que formábamos parte de una cola Manolo me decía lo mismo: «Trujillo (al que yo sustituía), ya se habría hecho amigo del que dirige la cola y ya estaríamos dentro». Ante esa presión, no me quedaba más remedio que intentar anticiparme a los acontecimientos para llegar al nivel del famoso Trujillo, que me parecía un cabrón.
Así que el pasado martes, cuando me vi en aquella interminable fila de vacunación que zigzagueaba de forma interminable en busca de las sombras, mientras caían los minutos, me acordaba de aquellos maravillosos años y de lo acertado que fue coger aquel autobús.
La cola de la vacuna, da mucho juego. A mi me tocó a primera hora de la tarde, con sol y moscas. Muchos iban preparados con gorras y viseras, mientras que los más osados, los que piensan que la mala suerte no existe, sacaban los paraguas a modo de sombrilla. ¡Menudo delito! Estando en capilla, a apenas unos metros de hacer el paseíllo en busca de la suerte, y el personal se pone bajo un paraguas…
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Una vez allí, lo primero que te viene a la mente, después observar a todos los quintos de la provincia y tras confirmar que la mayoría no venían a por la segunda dosis, es reafirmarte en lo bien que se encuentra uno y lo mal que está el resto.
Mujeres que fueron leyenda venidas a menos, los 'pibones' de la época, muchas caras cansadas de la vida y sobre todo, mucho cartón en las cabezas.
Podría ser algún tipo de efecto secundario, el pensar que yo soy el que mejor se conserva y el más joven, y que el resto se encuentra fatal, pero no, esa percepción la tuve antes de que me inmunizaran.
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Decía Manolo que un hombre únicamente se puede poner el pantalón corto cuando está en el yate. Y el lunes por la tarde, que yo sepa, el Palacio de Exposiciones de León (el de Congresos aún no ha llegado), no es un puerto de mar.
Una cosa es ir con un polo, por aquello de no desnudarse frente al público cuando lo que se persigue en esos momentos es la celeridad, pero de ahí a desubicarse, presentándose en camiseta sin mangas y pantalones cortos con chanclas, hay un mundo.
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Deberían existir un pequeño número de normas inquebrantables e incorruptas para una situación excepcional como esta.
Conocí a un veterinario cordobés que cuando visitaba una ganadería brava, siempre se ponía traje, chaleco y corbata, porque decía que el toro era un señor y merecía sus mejores respetos.
Pues eso, la vacuna quizá sea lo mejor que nos ha ocurrido en estos meses. Es la luz al final de túnel, el principio del cambio, la vuelta a la vida. Por ello, no podemos disculpar a aquellos que se han rajado y que se escudan diciendo que el miedo es libre, la llamada jindama de los toreros artistas, para no ponerse la vacuna.
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Yo intenté buscar la cola de Janssen, para evitarme el segundo viaje, pero ese secreto es uno de los mejor guardados, y con la voluntaria de Protección Civil que nos iba situando que parecía un oficial la RDA, no pude dar con ella. El 5 de julio volveré, para recibir al Sr. 'Faiser', con náuticos, pantalón largo, polo y sombrero Panamá.
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