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La noticia resulta encandilante y esperanzadora: «Ha sido avistado un cocodrilo en la ribera del Duero». Que no vengan ahora los rigurosos periodistas a aguarnos la fiesta poniendo la objetividad como bandera. Nadie duda de su objetividad, pero esta tierra también fantástica y desconcertante cuando ... la vemos a través de los canecillos y capiteles del románico florido o de las capitulares de los libros miniados que se guardan en los monasterios medievales, nos ha ofrecido sirenas y centauros, peces voladores y monstruos con tres cabezas. Todo ello en el pasado. Luego vino la planicie. Y, de pronto, cuando empezamos a sacudirnos la dichosa pandemia de encima, como si regresara de un mundo remoto, nos estremece la noticia estimulante del cocodrilo. Con lo fácil que es imaginar que el tío Sergio y la tía Camino que hace dos años pasaron la luna de miel en Egipto y, como regalo, le trajeron a su sobrino Rubén, un huevo misterioso que, luego, en el calor de su habitación, eclosionó y salió un pequeño reptil que el bueno de Rubén crió secretamente, al principio en una caja de zapatos en su habitación, dándole restos de su bocadillo y luego en el jardín de la casa adosada, situada en una urbanización de Simancas. Pero los taimados cocodrilos, por su voracidad congénita, crecen y un día, el nuestro, rompió las amarras del afecto con Rubén y cruzando por debajo de la alambrada, se escapó entre la espesura del río próximo en busca de alimento: ratas, erizos, conejos, nutrias y rayones; sabemos que el río es una fuente de vida y que los cocodrilos, pueden tardar seis meses en hacer su digestión si les entra una pieza de cierta envergadura.
Imagino a las empresas de aventuras ofreciendo safaris a los más intrépidos en todoterrenos adaptados. Y a las instituciones culturales promoviendo safaris fotográficos. En fin, que el cocodrilo puede resultar un filón en estos tiempos de horas bajas. La gente necesita emociones fuertes y novedosas. Los bisontes de Lastras lo fueron en su día. Pero las bisontas han parido sin problemas y las crías se han adaptado al terreno sin sobresaltos. Me ha llegado el soplo de que en algún punto remoto de la provincia de León, crían linces boreales con ojos astutos de catedráticos rusos. Bisontes y linces resultan atractivos, nadie lo puede negar. Pero donde esté un cocodrilo de un metro y medio que se quiten de en medio el lince y el bisonte.
Castilla y León, tierra secularmente amansada, de pronto sale a la conquista de los noticieros del mundo gracias a un cocodrilo bien dentado que mueve su cola por la ribera del Duero, entre Simancas y Valladolid. Que no vengan ahora los rigurosos periodistas a aguarnos la fiesta.
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